Será el duelo más esperado de la edición, el que representa la pujanza de la nueva generación, 21 años Alcaraz, 22 Sinner, el mismo día que el serbio Novak Djokovic, 37, anunció que no podía seguir por una lesión de rodilla, dejando bacante la corona lograda el año pasado y el número 1 del mundo que heredará el italiano. Si Sinner no tuvo muchas dificultades para derrotar al búlgaro Grigor Dimitrov, décimo favorito, 6-2, 6-4 y 7-6(3), Alcaraz firmó un marcador similar ante Tsitsipas, noveno, en dos horas y 15 minutos.
En su segunda comparecencia en el turno de noche, cuatro días después de haber sometido al estadounidense Sebastian Korda, Alcaraz volvió a sacar el rodillo ante un rival al que le tiene tomada la medida. Ya lo había avisado Carlitos. «Sé lo que tengo que hacer contra él». Y lo hizo. La clave estaba en la paradoja, jugar al revés. El del griego es elegante, a una mano, amplio, estético, casi dionisiano como su perfil, pero es terciopelo y no rasga, lo que deja al rival el lujo de contrarrestarlo con comodidad.
Cinco veces había escrito Alcaraz esa doctrina y todo el mundo la había leído, menos el griego, que volvió a chocar contra el mismo muro, como hace un año en el mismo escenario, los mismos protagonistas, el mismo nudo e idéntico desenlace. El dramaturgo Fernando Arrabal, residente en París, quiso verlo desde la grada. A sus 91 años soñaba con asistir a un duelo del genial murciano que empieza a entusiasmar. «Viva la muerte», escribía con su raqueta Alcaraz emulando al surrealista. Ganar jugando al revés.
Desde el principio, el partido iba ya condicionado. Como si el final estuviera escrito y el número 3 del mundo solo tuviera que ponerle dramaturgia. En media hora ya había cerrado el primer set y con cinco juegos seguidos puesto casi la firma al final.
Tsitsipas buscó un giro de guión en el público, al que alentó, brazos en alto, y los gritos de "Stefanos, Stefanos" le despertaron. Cambió la trama, saque y bolea, algo diferente para resistir.
Surtió efecto, el duelo se equilibró. Ben Stiller, que también lo presenciaba, aplaudía a rabiar. Ya no era un monólogo y Alcaraz entró en uno de esos baches de juego, de atención, que hicieron que partido tuviera más historia, que se fuera a un juego de desempate con más intriga.
Pero el libreto era el mismo, el español se lo apuntó y ya solo quedaba buscar un final feliz. El tercer acto fue un trámite, con el griego ya casi rendido, convencido de que aquello era para él una tragedia en la que su personaje salía mal parado.
Tiene problemas el heleno ante los jugadores de talla. Este año había ganado a dos top-5, había triunfado en Montecarlo, llegado a la final de Barcelona. Pero frente a Alcaraz, su actuación se desmorona. Cada vez.
Alcaraz arrebató el servicio del heleno en el séptimo juego y echó el telón con una de sus características dejadas
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