Llull besa el trofeo Naismith, que acredita al campeón mundial, momentos después de vencer a Argentina | Efe

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La voracidad y afán ganador de Sergio Llull Melià (1987) sigue sin encontrar límites. A ello responde el modo y ritmo, vertiginoso, en que el base menorquín no para de engordar su palmarés. Ahora ha sido el Mundial, segundo en la cronología de la selección tras la cumbre de Saitama 2006 y primero en el particular trayecto del jugador surgido de La Salle Mahón, que alcanza justo en el verano en que cumple un decenio ininterrumpido como internacional absoluto, ciclo que estrenó con el oro en el Eurobasket de Polonia 2009.

Con el plano de los fastos con que España recibió a la flamante campeona planetaria en Madrid, y sobre todo, los imborrables momentos que ha legado la competición disputada en China todavía muy frescos en la retina, Sergio Llull atiende en exclusiva a Es Diari para compartir con nuestros lectores tan grandiosa experiencia, sin parangón en la historia del baloncesto menorquín. Sexto en Turquía 2010 y quinto en España 2014, el bautismo del mahonés en cuanto a metales en la cita mundialista no ha podido resultar más superlativo, en lo que significa además su cuarto oro (los tres anteriores los consiguió en Europeos) y su octava presea con la ‘absoluta'.

«Creo que lo que hemos conseguido en China es algo histórico, después de un gran trabajo de todo el equipo, la alegría es inmensa y el triunfo es merecido; una medalla de la que un trozo también pertenece a los jugadores que disputaron las ventanas FIBA, por supuesto», empezó Llull sobre las sensaciones que, apenas tres días después de materializarla, implica tan selecta conquista.

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