Imagen de Ángela Seguí en su habitación en Son Espases, donde se recupera de un trasplante de hígado. | Click

TW
8

A decir verdad, lo del trasplante de Ángela Seguí ha sido la segunda parte de una mala racha, en cuanto a salud, que ha venido sufriendo desde hace casi tres años, cuando sufrió un ictus que se complicó con una caída producida en una madrugada al levantarse para ir al baño, seguida de otra, esta más grave, dado que el golpe que se dio contra el suelo le produjo una lesión craneoencefálica con derrame de sangre.

«Caí al suelo al marearme y perder la conciencia, y desperté notando que alguien me besaba... Era mi perro, ‘Coco’, que me lamía la sangre de mi cara, lo cual me reactivó. Sí, mi mascota me salvó la vida, pues de no haber sido por él pudo haber pasado lo peor. Porque inconsciente, sangrando y en el suelo… ¡Pues ya me dirás! Como pude –prosigue– llamé a mi hermano, Juan, y él llamó a la ambulancia que a los pocos minutos llegaba a mi casa, que por proximidad de donde vivo me trasladó a la Clínica Rotger. Recuerdo que durante el trayecto, el médico y el enfermero no pararon de hablarme, o de hacerme preguntas muy simples a fin de que me mantuviera despierta. Al llegar a la clínica, donde me estaban esperando, me curaron las heridas de la cabeza, me observaron y me dieron un tratamiento para el ictus, del cual, con el tiempo, me fui recuperando, sin que me dejara secuelas», relata.

Tiempo después, cuando prácticamente el ictus había pasado a un segundo plano, un mal día empezó a notarse cansada y a sentirse mareada… «Como al trabajo iba agotada y mareada, me quedaba en casa, desde donde hacía las gestiones vía teléfono y ordenador. Luego empecé a notar que se me hinchaba la barriga y… Pues que fui al médico, me hicieron un TAC de contraste y me encontraron un virus en el hígado. La doctora ordenó mi traslado a Son Espases para que me trataran adecuadamente. Allí me hacen más pruebas y, a través de ellas, me detectan un cáncer en el hígado. Sí, me descubrieron tres nódulos, según me explicaron, nódulos, además, muy bien localizados, por lo que deciden transplantarme. A partir de ahí, de mi caso se hizo cargo la doctora Lydia Sastre, mallorquina, aunque trabajando en la Unidad Hepática del Clinic, de Barcelona, y trasladada a Son Espases a raíz del convenio sobre trasplantes hepáticos al que llegaron los dos centros de salud, y el doctor Morón, cirujano y coordinador de mi operación, que junto a otros profesionales me examinaron haciéndome todo tipo de pruebas. Una revisión total, pues una operación de trasplante de hígado requiere que la persona que va a ser trasplantada tiene que estar bien. Y una vez verificado que es así, a partir de ahí comienza el protocolo. Te ponen en lista de trasplantes, que a lo mejor en la de Baleares eres el primero, pero como entras en la lista a trasplantar de todo el país, tu número puede que se aparte de las primeras posiciones. Luego te indican que estés las 24 horas pendiente del teléfono, y te dicen que tengas preparado un neceser con lo imprescindible… Y a partir de ahí, a esperar. Yo tuve que esperar poco, desde el 13 de agosto, que fue cuando me diagnosticaron el cáncer, al 7 de octubre, que fue cuando llegó el hígado. Entonces llamaron a mi hermano, que me acompañó a Son Espases, donde tras prepararme entré en el quirófano. No sé cuánta gente habría en él, pero todos, médicos y enfermeros, me saludaron y me explicaron cómo iba a ser el procedimiento».

Cuenta que la operación de trasplante fue larga, y que, una vez finalizada, del quirófano la pasaron a la UCI, donde, sobre todo en los tres primeros días, lo pasó muy mal. «Y no porque no recibiera cuidados por parte del personal de UCI, que los recibía constantemente, por lo que quiero aprovechar para felicitarlos por el gran trabajo que hacen, si no porque estaba muy deshidratada, por lo que me moría de sed. Pero como no podía beber, trataban de saciarme las ganas mojando una gasa en agua que me ponían sobre los labios».

Y una vez que la trasladan a su habitación, ve pasar el tiempo entre la lectura, los paseos y las visitas que recibe de amigos y compañeros de trabajo, y alguna que otra pequeña conversación que mantiene por los pasillos con enfermos y familiares de estos…

«A decir verdad, ahora mismo no siento que tenga nada nuevo en mi cuerpo. Solo, cuando me miro, veo una cicatriz, y al caminar noto algo de cansancio, pero cada vez menos».

Es evidente que el temor ha desaparecido en su mirada, seguramente porque ahora ve las cosas distintas a cómo las veía hace unos meses. También, ese cambio a mejor, lo nota en su cuerpo, en sus movimientos... Pero tampoco tiene prisa en salir de allí, sino que… Todo a su tiempo.
«¿Qué mensaje daría a las personas que están como yo he estado? Pues les diría que, sobre todo, se agarren a la vida. Que confíen en los profesionales que las tratan, tanto médicos, como enfermeros, celadores… Sentirlos como si fueran de su familia o sus mejores amigos. Sí... Puede que en algún momento les dé un bajón, pero si eso ocurre que traten de superarlo. Yo, tras el trasplante, a veces me he deprimido, hasta he llorado, pero lo he superado, pues pueden más mis ganas de vivir que otra cosa».

Por último, nos habla de los trasplantes, en el sentido de que «nos hemos de mentalizar de que una vez muertos, nuestros órganos pueden ser aprovechados para salvar otras vidas. Por tanto, mentalicémonos de que es así, y donémoslos. Yo me hice donante hace muchos años, ahora ya no puedo serlo, pero lo hice con el deseo de que una vez que muera, si mis órganos les valen a alguien, que los aprovechen».

También es muy importante que el donante deje firmado, o dicho a sus familiares, que su donación está por encima de los deseos de ellos, por si no quisieran donarlos. «Porque a veces pasa eso, que tu donas, pero luego, una vez muerto, tu familia se opone. Por eso –insiste–, deja bien claro que donas contra cualquier opinión contraria a esta, porque, repito, tus órganos pueden salvar vidas, como me ha salvado la mía el hígado de alguien, que en algún lugar del país haya decidido donar sus órganos cuando falleciera. No sé quién es, pero agradezco a mi donante y a su familia su decisión y solidaridad. Lo importante –repite– es el donante en sí. Sé, por tanto, uno de ellos».
A Ángela la dejamos en su habitación del hospital, en compañía de todos los libros que sus amigos le han traído, «lo cual me ha venido muy bien, sobre todo porque me he reencontrado con la lectura, la cual me ayuda a pasar el tiempo».