Jóvenes paseando por una calle en Menorca. El Govern busca cómo hacerles llegar el mensaje de que el coronavirus no ha desaparecido y que les afecta. Están en la edad de la rebeldía y se sienten seguros de sí mismos, según los expertos.

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«El desafío de la normas» es una característica de los jóvenes y adolescentes, para quienes resulta imprescindible «huir de la imposición y de los mensajes del miedo» y «cuando el mensaje del miedo es demasiado grande, tiendes a ignorarlo, que es lo que pasa con algunas campañas agresivas del tabaco». Ésta es la explicación del responsable del departamento de Coordinación de Salut Mental, Oriol Lafau, tras analizar por qué parte de este colectivo no atiende a las llamadas a la responsabilidad frente a la pandemia de la COVID-19.

Lafau considera imprescindible «cambiar el modo en que nos comunicamos con los jóvenes y adolescentes». Y añade: «Algo estamos haciendo mal como sociedad cuando nuestros mensajes no llegan como deberían hacerlo».

«Tienen que ser mensajes que hagan pensar, cortos y que lleguen al filósofo que todo adolescente lleva dentro», afirma. Indica que «lo bueno de esta etapa es que es una fase transitoria en la que te haces preguntas».

La «rebeldía» lleva a rechazar los mensajes de la generación de «los padres». Por eso interpreta que «tienen que llegar desde su iguales y desde personas más mayores a quienes dan crédito». Se refiere a la generación de «los abuelos».

«Primero es definir el canal de comunicación que no puede ser la tele, la radio o los periódicos», asegura para destacar la importancia de las redes. «A esa edad no leen periódicos, ni miran los informativos de la tele ni escuchan la radio». «Mensajes cortos, tipo tuit con soporte visual y auditivo que venga de influencers. El coordinador de Salut Mental señala que durante una época de la adolescencia se tiene la sensación de «omnipotencia» y de que «hay que vivir al límite» y que eso explica fenómenos como citas «para contagiarse» o «desafiar al coronavirus».

Pero añade algo: «Los jóvenes no son ‘los malos'». Y que son responsables si se sabe llegar a ellos.

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El confinamiento –la fase dura del estado de alarma que se prolongó entre el 14 de marzo y el 19 de junio pasado y que obligó a quedarse en casa antes del inicio de la desescalada– no fue igual para toda la población: se hizo mucho más largo para la juventud y la adolescencia.

Lafau, que es psiquiatra infantil, afirma que jóvenes y adolescentes perciben el paso del tiempo de otra manera y que «lo que para nosotros es un día, equivale a diez» para ellos.

Los rebrotes y aumento de casos que se han registrado desde que terminó el estado de alarma se explican por varias razones. Uno es metodológico (ahora se realizan más pruebas que en marzo) pero otro es porque hay más contacto y muchos dirigen su mirada a los jóvenes y adolescentes, que salieron del confinamiento creyendo que «el virus no iba con ellos» cuando la realidad es que no es así.

Maria Antònia Font, que es la directora de Salut Pública, advirtió la semana pasada que «tenemos a gente hospitalizada que incluyen a familias con niños pequeños asintomáticos y a parejas jóvenes de menos de 40 años». Incluso se ha ingresado a dos jóvenes en la UCI sin patologías previas. «Se contagian en reuniones de familia o jóvenes. Se han reunido en una casa con amigos y luego con más miembros de la familia. Están sanos, no tienen síntomas y es de ahí donde salen los brotes. Por eso, hay que extremar las medidas», enfatiza Font.

Unos meses que nunca olvidarán y que les marcarán

Un día les dijeron que tenían que quedarse en casa y cuando salieron vieron un mundo diferente que nunca habían imaginado y que no tenía nada que ver con los que habían visto hasta entonces. Dejaron de ir a clase de un día para otro y estuvieron en casa más que nunca.

Todo eso, según Lafau, tendrá una repercusión en el futuro. No necesariamente para mal, indica. Un dato positivo: el consumo de piscofármacos y ansiolíticos es ahora menor que el de hace un año.