Montse Lezaun agradece el cariño recibido por parte de la sociedad mallorquina.

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El próximo martes será duro para la familia Salvá Lezaun, como lo han sido todos y cada uno de los días siguientes al fatídico 30 de julio de 2009, cuando ETA mató en Palmanova a Diego Salvá y Carlos Saenz de Tejada. Montse Lezaun, madre de Diego, recuerda a su hijo en el décimo aniversario del único atentado terrorista mortal registrado en Mallorca.

¿Cómo recuerda a Diego?

—Era el segundo de mis siete hijos. Motero, deportista, divertido, algo alocado, tenía mucha ilusión por su trabajo en la Guardia Civil y su destino en Palmanova, tras el gravísimo accidente de moto que sufrió el 15 de marzo anterior y que le tuvo 25 días en la UCI. Sin embargo, y después de que nos dijeran que todo estaba perdido, pasó de ser un vegetal a recuperar todas sus habilidades. Y el 30 de julio se incorporó a su nuevo puesto, feliz, ya que para él supuso un regalazo. Pero ese mismo día fue el atentado, estaba donde no debía estar en un principio, el día que no debía... Fue su destino. Y esa desgraciada circunstancia también se dio con Carlos.

¿Cómo recibió la noticia?

—Estaba en la zona de Cala d'Or con mi hijo Eduardo cuando recibí una llamada en la que me comunicaron que había habido un atentado en el que había fallecido un guardia civil, pero que todavía no se sabía quién era. Y pensé, no será verdad, no será verdad, cómo va a ser él en su primer día, después de tanta clínica... Pero ya comenzaron a sucederse las llamadas y nos confirmaron que eran él y su compañero Carlos. Y nos fuimos a Palmanova, entre lloros y rezos. Al llegar al lugar del atentado, tras salvar el monumental atasco que había, dije por primera vez ‘Soy la madre del guardia civil Diego Salvá', frase que luego he tenido que repetir muchas veces.

¿Allí se reunió con el resto de la familia ?

—No, pedí volver cuando vi que en aquel lugar no podía hacer nada y en cambio tenía en mi casa a mis otros hijos; mi marido llegó más tarde a Palmanova; le pilló en Ibiza. Y al llegar a mi domicilio mi dolor se multiplicó por mil. No solo empecé a notar la ausencia de Diego, al que no iba a ver más, sino que empecé a ver sufrir a mis hijos y a mi marido. Fue el momento más duro.

Tengo entendido que fue entonces, al ver a sus hijos destrozados, cuando tomó una dura decisión.

—Así es. En esa situación, con la pérdida tan reciente y con el sufrimiento de tus hijos delante, nos empezaron a hablar del funeral de Estado con la presencia de las principales autoridades, y claro, todo eso te viene muy grande. Pero un amigo nos dijo: vosotros ahora sois víctimas pero hay que hacerlo por Diego, que es un héroe, y hay que despedirlo como tal. Y aquí fue cuando decidí no llorar en público. Soy de Pamplona y tenía la constancia de que los presos de ETA celebraban cada atentado y no quise darles el gusto. Salí de casa llorada.

¿Se hizo algún propósito más?

—Pues sí. Pero fue bastante posterior. Física, psíquica y moralmente necesitaba perdonar porque no podía vivir así. No quise quedarme anclada a una bomba que estalló el 30 de julio de 2009. Decidí, conscientemente, intentar perdonar, y lo conseguí. Es una decisión de la voluntad que no te apetece nada pero necesitaba hacerlo. Por lo que he visto en mi contacto con otras víctimas, no todo el mundo es capaz de conseguirlo, algunos lo interpretan como debilidad; yo no lo veo así. Puedes perdonar y seguir pidiendo justicia. Hay que pensar que el atentado sigue sin esclarecerse en cuanto a la autoría. A nosotros nadie nos ha pedido perdón. Para que el perdón sea de verdad, tiene que ser de corazón, y yo tenía el corazón roto, por lo que tuve que usar la cabeza y asimilar que con el rencor, el odio, el dolor, el desgarro, no ayudaba a mis otros hijos, que ellos sí que estaban vivos.

¿Cómo les ayudó, qué les dijo?

—A mis hijos les he hablado muy poco, opté por estar, ayudándoles con mi presencia. Entendí que tenía que estar aunque no me saliera ni fuera fácil porque lo que el cuerpo me pedía era llorar en mi habitación. Pero una madre tiene que dar luz, no puede transmitir rencor. Mis hijos son extraordinarios, fortísimos, solo tengo palabras de admiración y orgullo hacia ellos, así como hacia mi marido [el urólogo mallorquín Antonio Salvá].

¿En qué se ha apoyado para seguir adelante?

—Este dolor solo tiene una medicina, el cariño que recibes. Nuestra familia ha sido muy afortunada en este sentido. El comportamiento de la sociedad mallorquina con nosotros ha sido excelente. Además, poco después, ampliamos la familia con dos hermanos en régimen de acogida; la niña tiene ahora 22 años y el niño, 10. Han sido una tabla de salvación, dar cariño alivia mucho las penas.

¿Mantiene el contacto con la familia de Carlos Saenz de Tejada?

—Tenemos muchísima relación, es nuestra familia desde ese día.