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Me va a perdonar el lector por dar consejos no solicitados, la mejor forma de perder amigos y energía: contratar préstamos hipotecarios o comprometer tus ahorros en inversiones sin unos conocimientos financieros básicos, es como conducir por una autopista sin haber pasado el examen de conducir.

Desde 2007, clamo en el desierto sobre la importancia de los contenidos financieros, en el sistema educativo, en los medios de comunicación, en los portales de los supervisores y en las entidades financieras. El ciudadano medio es casi analfabeto en esta materia, pero toma decisiones financieras cruciales con demasiada frecuencia.

Difícilmente se me puede culpar por no señalar la falta de diligencia en la materia de los bancos, los políticos, los supervisores y demás agentes del mercado financiero. Sin embargo, hoy quiero destacar otro grave problema: la falta de responsabilidad individual de cada cliente. Es cierto que el marco legal de protección a consumidores y usuarios y su aplicación práctica en los tribunales es mejorable, al igual que la necesidad de crear definitivamente la Autoridad de Defensa del Cliente Financiero, mejorando el actual tridente de supervisores. Hay mucho por hacer para aumentar la transparencia del mercado del crédito y la inversión, pero nada sustituye la importancia de ser clientes diligentes.

El problema no es tanto no saber de finanzas, como no saber que no se sabe, o peor, no querer saber. En alguna entrevista he coincidido con representantes de asociaciones de afectados por la mala comercialización de productos financieros y he escuchado reclamar el derecho de la clientela a no leer los contratos que firma. «Es el banco quién debe cumplir con la Ley y no engañarnos», clamaban.
No les falta razón: cuando un médico monetario nos receta un medicamento, la pastilla no debería contener veneno ni provocarnos una alergia grave. No obstante, un paciente debería leerse siempre los prospectos, máxime si el médico del dinero en cuestión tiene cientos de miles de demandas en los Juzgados. Digo yo.

Recursos para formarse hay, de calidad y gratuitos. Podemos empezar por el proyecto público Finanzasparatodos.com y seguir explorando la Red. No con la intención de ser expertos, sino para adquirir la base que nadie nos enseñó en su momento. Conceptos básicos sobre el cálculo de los intereses de un préstamo hipotecario o las diferencias entre un depósito a plazo y un fondo de inversión.

Adquirida una base, sabremos qué no sabemos al leer la escritura del préstamo hipotecario o la póliza del seguro de vida que nos ofrecen. Más aún, acudiremos a asesores independientes debidamente acreditados que nos auxilien, para evitar circular sin frenos por las autopistas financieras.
Deberían existir centros públicos y privados de formación en los que, tras nuestro esfuerzo y dedicación, se nos entregara un carnet de conducir financiero. Habilitación obligatoria para endeudarnos o invertir. ¿Utopía o distopía? El lector tiene la última palabra.