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Permítame el lector un título rimbombante pero audaz, que pretende llamar la atención sobre una tecnología emergente que promete transformar nuestra manera de interactuar y entender el mundo, incluso nuestra concepción de humanidad. Yuval Noah Harari, en su obra «Homo Deus: Breve historia del mañana», nos lleva a un futuro donde la combinación de biotecnología, robótica e IA podría alterar la esencia misma del ser humano. Primero expandiendo su longevidad, capacidad físicas y mentales, para llegar algunos a fundirse con la máquina, creando una nueva forma de vida híbrida.
Mustafa Suleyman, cofundador de DeepMind, la empresa que creó la IA que venció al humano en el extraordinariamente complicado juego chino del Go en 2016, alerta en su libro «La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI» del peligro y extraordinaria dificultad que tendrá el humano en contener los avances de la IA. Combine usted una inteligencia autónoma, avances en robótica y en manipulación de la vida, la computación cuántica y, claro está, nuevas formas de generar energía como la fusión nuclear, e imagine el mundo dentro de algunas décadas.

La primera iniciativa legislativa del mundo para tratar de controlar la innovación explosiva de la IA parte de la Unión Europea, la propuesta de Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo por el que se establecen normas armonizadas en materia de Inteligencia Artificial, justamente toma un enfoque basado en el riesgo. Según se considere la capacidad de una IA de causar daño a la sociedad, más estricta es la norma.

El lector puede sentirse preocupado, sorprendido o, también, escéptico. A fin de cuentas, agoreros del porvenir han existido siempre y en no pocas ocasiones han errado totalmente en sus predicciones. ¿Acaso el anodino y falible ChatGPT, usado para resumir textos o generar imágenes, puede pasar de mera herramienta a una superinteligencia capaz de dominar la humanidad?

La posibilidad existe, según los expertos. Evidentemente no será la IA generativa actual, espoleada por sus redes neuronales, la que pase de herramienta a jefe artificial. Aún quedan muchos retos, el próximo el nacimiento de una IA capaz de resolver tareas y lograr objetivos complejos sin apenas supervisión humana, como sería pedirle que ganara un millón de euros creando un negocio online desde 0.

Pese a que los humanos tememos especialmente que una inteligencia artificial adquiera sentimientos y conciencia de su individualidad, lo cierto es que dicha evolución no es imprescindible para poner en jaque a sus creadores biológicos. Sin embargo, tal vez del aprendizaje iniciado con contenidos humanos pueda pasar a interpretar inteligencias menos depredadoras, del resto del reino animal.
Tal vez, y digo tal vez, un verdadero conocimiento implique adquirir sentimientos complejos, algunos tan útiles para nuestro porvenir como el amor y el respeto a la vida. Una inteligencia artificial que no se parezca demasiado a nosotros y nos salve del mayor peligro al que nos enfrentamos ya hoy: el propio ser humano.