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Los cambios tecnológicos son la condición necesaria para el desarrollo económico y además su papel es decisivo y mayor que cualquier otro. Los cambios tecnológicos consisten en innovaciones en los procesos productivos y en los productos y están condicionados también por el avance del conocimiento, innovaciones organizativas, culturales e institucionales. En los países desarrollados la productividad del trabajo se fortalece con el avance de la tecnología y las mejoras en la organización. Los beneficios de este crecimiento, que es un mayor bienestar material, se reparten entre la rentabilidad del capital por una parte y los salarios y mejores condiciones laborales de los trabajadores, por otra. El incremento de la productividad de estos cambios tecnológicos empresariales depende por tanto de los trabajadores que tienen que estar cada vez más formados, más motivados y diligentes en sus tareas, y también de la empresa que ha de crear un buen clima de trabajo interno, motivar al trabajador para hacerle partícipe de un objetivo común, realizar las inversiones necesarias, adaptarse e impulsar los cambios tecnológicos y dirigir una organización eficaz. El empresario tiene como estímulo principal el beneficio y el trabajador el salario. Se trata de un reparto de la tarta en el que las dos partes salgan ganando.

Los cambios tecnológicos no tienen sólo el efecto de promover el desarrollo económico, sino que también tienen que conseguir objetivos socialmente deseables, como el de determinar una reducción del periodo de trabajo durante la vida de cada trabajador a través de un menor número de horas a la semana, un menor número de semanas al año (vacaciones más largas), un menor número de años durante la vida (entrando en el mercado de trabajo a una edad más elevada y/o una edad menor para la jubilación). El aumento de la productividad por trabajador ha sido constante durante estos últimos setenta años, y el aumento de la productividad por hora trabajada ha sido incluso superior y la diferencia se ha transformado en una reducción continuada de la jornada laboral real. Hoy casi la mitad de los trabajadores estarían en paro si cada empleado trabajara 12 horas cada día, seis días a la semana, como ocurría antes. La diferencia sería incluso mayor si tenemos en cuenta el aumento considerable de las vacaciones. No obstante, nuestro sistema productivo sigue adoleciendo de baja productividad y mayor desempleo en comparación con muchos países europeos por nuestra menor formación, menor innovación, menor importancia del sector industrial y una existencia excesiva de microempresas con pocos recursos.

Las peculiaridades del trabajo como factor de producción crean una especial relación entre el salario y la productividad. Los trabajadores satisfechos, motivados y que se consideran tratados con justicia, trabajan más y mejor que los insatisfechos y desmotivados, lo que puede suponer grandes diferencias en la productividad del trabajo en la práctica. Esto quiere decir que cualquier medida como las alzas salariales o la mejora y reducción de la jornada laboral, tendrá un efecto positivo importante sobre la productividad. Los trabajadores bien pagados y bien tratados son más productivos porque se identifican con los intereses de la empresa. Una moral alta estimula el trabajo en equipo, el intercambio de información y la creatividad, aspectos muy difíciles de estimular de otro modo. A las empresas no les debería interesar explotar a los trabajadores, por ejemplo, con horas extras no pagadas o con contratos precarios, porque su reputación es de hecho más valiosa que los beneficios a corto plazo que pudieran obtener de esa manera.

La reducción del número de horas semanales de trabajo propuesto por la coalición PSOE -Sumar ha suscitado un gran debate en España. Reflexionemos. El gobierno socialista de Felipe González, en 1983, redujo la jornada laboral a 40 horas semanales, ocho horas diarias de lunes a viernes, reduciendo en ocho horas la jornada de las décadas anteriores. Ahora, cuarenta años después, otro gobierno socialista propone la reducción a 37,5 horas semanales, con el objetivo de mejorar la conciliación entre la vida personal y familiar con la vida laboral.