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Siempre he considerado la planificación estratégica como un acto de optimismo sobre el futuro, pero ahora lo creo más que nunca. Todos (administraciones, empresas y ciudadanos) nos encontramos inmersos en un tiempo en que domina la incertidumbre y resulta fácil tropezar con el pesimismo.

Por ello me alegra saber que son muchas las empresas de Balears que están actualizando o reescribiendo sus planes estratégicos. Se trata de un ejercicio tan natural como necesario. Natural, porque los planes estratégicos también envejecen, más si cabe en este tiempo de cambio disruptivo que nos ha tocado vivir. Y necesario, porque ahora, más que nunca, hay que orientar las inversiones a resultados o, en otras palabras, al aumento de la rentabilidad a medio plazo, pues está en juego la viabilidad.

Este ejercicio de planificación no solo es clave para la empresa que lo realiza sino también para el conjunto de stakeholders con lo que se relaciona (proveedores, trabajadores, clientes, accionistas…) y si, me apuran, para el conjunto de la sociedad, pues de ello depende, en última instancia, la generación de rentas y empleo futuro y, por lo tanto, el bienestar de todos.

De la misma forma, trasladando esta buena práctica del sector privado al sector público, las administraciones y, muy particularmente, el Govern de les Illes Balears deberían en estos momentos estar avanzando decididamente en la elaboración de planes estratégicos a nivel regional, insular o municipal. Y es que, como en las empresas, las aspiraciones o posibilidades de progreso de los habitantes de Balears dependen, también, en estos momentos, de la orientación de la asignación de fondos públicos a resultados o, en otras palabras, al impulso de la eficiencia y la equidad.

Una asignación de fondos, incluidos los fondos Next Generation EU, que solo puede orientarse adecuadamente si se dispone previamente de un plan estratégico que determine las prioridades de inversión (no de gasto) de acuerdo al futuro que se desea construir. Pues no se trata de cubrir una lista de deficiencias del presente, sino de ‘actuar, hoy, para un mañana mejor'.

Más acción y menos palabras es a mi modo de ver la única fórmula que puede, en este tiempo de cambio, alimentar la esperanza. Más cuando muchas empresas se sienten desconectadas de las decisiones públicas que más les afectan y son varios los informes que apuntan a colectivos de jóvenes que se sienten excepcionalmente aislados o incluso excluidos y a familias que tienen dificultades para llegar a fin de mes.

Para mí está claro que es necesario compartir con ellos y con toda la sociedad una mejor comprensión sobre el futuro de nuestra comunidad y la forma en que viviremos, trabajaremos, viajaremos, compartiremos… y, en definitiva, progresaremos en medio de tendencia económicas que, como el desarrollo de la automatización y digitalización, podrían empeorar la situación actual, a través, por ejemplo, de una pérdida de puestos de trabajo o, mejorarla, enriqueciendo, por ejemplo, el trabajo de las personas. Que ocurra una cosa o la otra depende de que hoy adoptemos en ‘enfoque correcto' y solo hay una forma de dar con él: planificar, hoy, estratégicamente, para que mañana ocurra aquello que buscamos.

Se necesitan cambios importantes en nuestras administraciones públicas y también en nuestras empresas. No subestimemos la magnitud del desafío que tenemos por delante ni siquiera la oportunidad que nos brindan a corto plazo los fondos Next Generation EU. Hagámoslos juntos. Anticipemos juntos. Planifiquemos juntos. Invirtamos juntos. Promovamos juntos el principio de desarrollo sostenible, con el que todos decimos estar comprometidos, y actuemos de guardianes de la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus necesidades. Alentemos a los organismos públicos y a las empresas a tomar en consideración el impacto a medio plazo de sus decisiones. Monitoricemos sus acciones y evaluemos en qué medida su asignación de fondos alcanza los resultados de previstos.