Estas acciones de kale borroka a la mallorquina son cometidas por personas cobardes que no dejan una firma para saber quiénes son, y que son fruto de la ignorancia del tejido empresarial de las Islas, del impacto que tiene el turismo en la economía y de la inconsciencia sobre la repercusión que pueden llegar a tener en la opinión pública de los visitantes. Las autoridades deberían intervenir para perseguir la turismofobia que quieren potenciar algunos sectores minoritarios de la sociedad.
Los turistas que ven este tipo de pintadas se deben preguntar a quién se están refiriendo, porque muchos de ellos seguro que se sienten “como en casa”, un rasgo que ha hecho de la hospitalidad de los mallorquines un ejemplo a seguir, sabiendo mantener la cultura y costumbres locales haciendo partícipe a todo aquel que quiera integrarse. Otros puede que no lo entiendan, pues saben que se están dejando un dinero en la ciudad y que se comportan de una forma cívica, al contrario que los que realizan grafitis por las paredes.
A mí tampoco me gusta que el precio de la vivienda en Palma, ya sea nueva, de segunda mano o en alquiler, esté por las nubes y sea una de las más caras de toda España; que se cierren pequeños negocios emblemáticos y centenarios en pro de grandes franquicias internacionales, o que haya turistas que se comporten de forma incívica, pero hay otras formas de expresarlo, y sobre todo, de intentar combatirlo. Además, alinear estos problemas exclusivamente con la actividad turística es, cuanto menos, impreciso.
El turismo puede crear inconvenientes en cualquier destino del mundo, no se puede dudar, pero hay que ponerlo en una balanza y saber valorar los efectos positivos del mismo para el conjunto de la sociedad. Podemos sentirnos afortunados de disponer de un patrimonio cultural y natural tan importante que otros quieran venir a visitarlo.
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