La inteligencia emocional es un concepto cada vez más en boga. La capacidad del individuo para reconocer y controlar sus propias emociones y las de los demás se presupone cada vez más valiosa en todos los aspectos de la vida y, por supuesto, en el mundo laboral, donde las empresas tienen muy en cuenta esta aptitud a la hora de contratar a sus trabajadores.
Pero, ¿qué es exactamente la inteligencia emocional? ¿Qué rasgos la definen? ¿Tenemos un concepto equivocado de todos los factores que están implicados para desarrollarla? «La mayoría de las personas no se dan cuenta de que dominar la inteligencia emocional no es algo natural», afirma el autor norteamericano Daniel Goleman, uno de los máximos gurús en la materia, doctorado en en psicología y desarrollo de la personalidad por la Universidad de Harvard.
Goleman, quien durante más de dos décadas ha dedicado gran parte de sus investigaciones a este tema y le ha dedicado varios libros - entre ellos, Cómo ser un líder: ¿Por qué la inteligencia emocional sí importa? o La inteligencia emocional: Por qué es más importante que el cociente intelectual - señala en un artículo publicado en CNBC Make It que si las personas «definen la inteligencia emocional de manera limitada y se centran solo en la sociabilidad y simpatía, estarán perdiendo de vista todos sus otros rasgos esenciales».
Tras 25 años inmerso en su estudio, el experto asegura que poseer una mayor inteligencia emocional se basa, esencialmente, en el desarrollo o fortalecimiento de cuatro ‘dominios' que, a su vez, están formados por doce rasgos o ‘competencias básicas'. Si todavía no se poseen, no hay que preocuparse: «Al hacer una evaluación honesta de nuestras fortalezas y debilidades», añade Goleman, «podremos identificar dónde hay espacio para crecer». Revisemos, por tanto, estos cuatro pilares:
La autoconciencia o conciencia de uno mismo se define como la capacidad para sintonizar con nuestras propias emociones. «Te permite saber qué sientes y por qué, así cómo esos sentimientos ayudan o perjudican lo que intentas hacer», dice el psicólogo. La autoconciencia emocional es fundamental, por tanto, para entender las fortalezas y limitaciones personales. ¿Y cómo podemos desarrollarla? «Cada momento es una oportunidad para practicar la autoconciencia. Una de las claves más importantes es reconocer tus debilidades. En el trabajo, por ejemplo, ser honesto sobre las habilidades que se necesitan para tener éxito; y en la vida personal, identificando la raíz y la causa de los momentos de frustración».
Otro de los puntos fuertes de la inteligencia emocional es la autogestión, o lo que es lo mismo, la capacidad para mantener bajo control las emociones y los impulsos disruptivos. «Esta es una habilidad poderosa para los líderes, especialmente durante una crisis, porque la gente los buscará para tranquilizarse, y si su líder está tranquilo, ellos también pueden estarlo», asegura Coleman.
A su vez, la autogestión se consigue si se poseen cuatro rasgos:
- Autocontrol emocional: mantener la calma bajo presión y recuperarse rápidamente de las molestias. «Saber cómo equilibrar tus sentimientos por el bien de ti mismo, de los demás o de una determinada misión».
- Adaptabilidad: la agilidad ante el cambio y la incertidumbre. Saber encontrar nuevas formas de lidiar con los desafíos que exige una transformación rápida o múltiples demandas.
- Orientación al logro: cumplir o superar un estándar de excelencia. Buscar constantemente formas de hacer las cosas mejor.
- Perspectiva positiva: ver lo bueno en las personas, situaciones y eventos. «Esta es una competencia increíblemente valiosa, ya que puede construir resiliencia y preparar el escenario para la innovación y la oportunidad».
El experto recomienda desarrollar estas habilidades sin asustarse ni pensar demasiado las cosas durante los momentos de angustia. «En lugar de hacer estallar a las personas, hágales saber lo qué está mal y ofrézcales algunas soluciones». Para ello, insiste, hay que aceptar de entrada que siempre habrá cambios y desafíos repentinos en la vida.
En tercer lugar, Coleman menciona la conciencia o sensibilización social, que no sería otra cosa que la capacidad para interpretar las emociones de otras personas. Para el psicólogo cuando más desarrollada tengamos esta competencia mejor podremos relacionarnos con muchos tipos diferentes de personas y comunicarnos de manera efectiva con ellas.
La conciencia social depende principalmente de dos rasgos:
- Empatía: algo que solo se consigue cuando nos ponemos en el lugar del otro y nos tomamos el tiempo suficiente para entender lo que dice y cómo se siente.
- Conciencia organizacional: predecir fácilmente cómo reaccionarán ante ciertas situaciones un grupo de personas u organización.
Desarrollar la conciencia social solo es posible cuando se poseen buenas habilidades de escucha, poniéndonos en el lugar del otro, no juzgando y desafiando los prejuicios. «Cuando hacemos esto, a menudo somos más sensibles a lo que esa persona está experimentando».
Por último, Coleman habla de la gestión de las relaciones o conjunto de habilidades interpersonales que nos permiten motivar, inspirar y sintonizar con los demás.
En este caso los rasgos que se valoran son cinco:
- Influencia: capacidad innata de liderazgo para obtener el apoyo de otros con relativa facilidad.
- Entrenador y mentor: capacidad para fomentar el aprendizaje al dar retroalimentación y apoyo. «Expresas tus puntos de manera persuasiva y clara para que las personas estén motivadas».
- Gestión de conflictos: sentirse cómodo lidiando con desacuerdos entre múltiples partes y encontrando soluciones beneficiosas.
- Trabajo en equipo: capacidad para trabajar con otros y compartir responsabilidades.
- Liderazgo inspirador: inspirar y guiar a otros para sacar las mejores cualidades del equipo.
El especialista advierte que desarrollar este dominio depende de la positividad. «Si eres una persona constantemente negativa, tendrás dificultades para gestionar las relaciones. En lugar de enfocarte en lo peor que puede pasar, trata de verte como un agente de cambio positivo». Coleman insiste también en no tener miedo de ir contra la corriente o correr riesgos. «Este tipo de personas son las que hacen sentirse a otras inspiradas, motivadas y conectadas».
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