La primera se presentó antes incluso del inicio efectivo de las reuniones de trabajo de la cumbre de la OTAN en Madrid. El incremento de la potencia militar de la estratégica base naval de Rota (Cádiz) supone fortalecer el contingente aliado al sur del Mediterráneo Occidental. La propuesta norteamericana ha sido bien encajada por parte del presidente Pedro Sánchez y el ala socialista del Gobierno; no así por sus socios en el ejecutivo y sus principales aliados en el Congreso, obligando al PSOE a buscar apoyos entre la oposición.
Esos mismos apoyos serán necesarios para incrementar el presupuesto que España destina anualmente a Defensa. Sánchez lo califica como «un acuerdo de país» más allá de «cuestiones ideológicas». Y es que nueve países aliados cumplen ya con el compromiso de invertir al menos el 2 % de su riqueza anual en partidas de gasto militar. En sus antípodas se halla España, aun lejos del umbral, y se proyecta alcanzarlo en 2029, cinco años más tarde que la meta fijada por sus socios.
En segundo lugar se han ofrecido algunos detalles más del nuevo plan defensivo trazado al albor de la experiencia de la guerra de Ucrania. En base a esa estrategia conjunta la Alianza será capaz de desplegar 300.000 militares en cualquier punto de la organización transatlántica en un plazo máximo de treinta días. No solo se habla de supuestos de guerra total: si fuera necesario el mecanismo se activaría en respuesta a una emergencia o crisis a gran escala con capacidad de alcanzar un despliegue de al menos 500.000 soldados en un plazo de entre 30 y 180 días. Se trata de uno de los resortes trazados en respuesta a la invasión rusa de Ucrania y una de las consecuencias más claras de la reunión en Madrid, a expensas de la articulación definitiva y que cada cual aporte lo requerido para que este acuerdo se lleve a término.
La tercera gran constatación de la cumbre de la OTAN en España es que Turquía se ha movido. Ha cambiado su planteamiento inicial por otro más acorde a los intereses tanto de Estados Unidos como de sus socios europeos, al levantar el veto preestablecido y aceptar la ampliación de la Alianza atlántica en Finlandia y Suecia, dos países que han cambiado su política de seguridad nacional a raíz de la ofensiva decretada por Vladímir Putin el pasado 24 de febrero. A la espera de conocer con mayor detalle cuál es exactamente la transacción podemos recordar que Recep Tayyip Erdogan se ha tomado más en serio la cuestión migratoria cuando la Unión Europea (UE) le ha puesto encima de la mesa un acuerdo lucrativo muy favorable a sus intereses.
En este sentido, Estados Unidos ha puesto de su parte y este mismo jueves ha extraditado a Turquía al supuesto 'cerebro' del atentado perpetrado en 2013 en la ciudad de Reyhanli, fronteriza con Siria, en el que murieron medio centenar de personas. El mismo Erdogan ha subrayado que si Finlandia y Suecia no cumplen lo acordado, no le temblará el pulso para bloquear nuevamente su adhesión hasta que sus pretensiones en materia de seguridad se vean satisfechas.
La cuarta y última constatación de la cumbre de la OTAN en Madrid versa sobre la respuesta que ha tenido lo debatido y aprobado en el exterior. Especialmente en Rusia, protagonista de la actualidad informativa y responsable de llevar la guerra a las puertas de Europa, pero también en China. Ambos países con evidente influencia en materia internacional se muestran últimamente más cómodos en una suerte de multipolaridad que se aleja del orden establecido por el derecho internacional surgido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y se asemeja un poco a la ley de la selva donde el más fuerte prospera a costa del más desvalido, que sufre como lo hacen hoy en Ucrania, Palestina o Yemen.
Recordemos que en los últimos tiempos el gigante asiático se ha alineado en algunas cuestiones con Putin en materia de relaciones internacionales, especialmente en aquello que se distancia de una visión unívoca de la política y la seguridad internacionales capitaneadas por Estados Unidos. El tiempo dirá si el reforzamiento de la postura atlántica, con más medios cerca del frente del Este y con una nueva calificación de China en el tablero internacional, contribuye a apaciguar las aguas revueltas o por el contrario las excita todavía más. Mientras, el Kremlin y Pekín subrayan que seguirán velando por sus propios intereses, digan lo que digan los líderes occidentales.
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