Georges Moustaki, cantautor de origen griego nacido en Alejandría que se definía como "un ciudadano de la lengua francesa", falleció ayer a los 79 años en la mediterránea Niza después de que una enfermedad pulmonar le hubiera robado el canto.
Barbudo, libérrimo, incansable viajero a lomos de una motocicleta, amante de las mujeres, de la literatura, de Brasil y de la vida, Moustaki deja para la posteridad algunos himnos internacionales como "Le Métèque" o "Milord", que escribió para una de las voces más aplaudidas de la "chanson française", su amante Edith Piaf.
Nació con el nombre de Giuseppe Mustacchi en una familia griega en Alejandría el 3 de mayo de 1934. Su padre, el librero Nassim, hablaba cinco idiomas. Su madre, Sarah, seis.
A orillas del Mediterráneo, Moustaki se educó en la escuela francesa, en cuyos pasillos escuchaba el árabe, el griego, el italiano, el turco, el armenio, el maltés el francés y el inglés, lengua oficial de Egipto bajo mandato británico. A pesar de su vida errante, con una referencia fija en la Île Saint-Louis, en París, pero salpicada de latitudes y países, Moustaki nunca se despegó de aquella ciudad en la nació y en la que descubrió la pasión por los libros que atiborraban las estanterías de su padre, por el teatro, el cine o la música.
"La Alejandría de mi infancia era el mundo en pequeño, con todas las razas y todas las religiones. Soy raramente extranjero en alguna parte porque siempre encuentro una referencia a Alejandría en los idiomas que escuché allí, los olores o los colores", decía.
Tras pasar un verano en París, sus padres le dejaron mudarse a la capital francesa en 1951, cuando tenía 17 años. Su madre le envió una guitarra, pero el futuro músico aún se ganaba la vida con pequeños trabajos, como el de vendedor de libros de poesía de puerta a puerta o periodista ocasional. En París conoció a Georges Brassens, que después se convertiría en su maestro, y le animó a seguir escribiendo versos y a lanzarse a cantar.
En sus inicios musicales, Moustaki cantaba entre las mesas de los restaurantes en busca de una propina o incluso como pianista de ambiente de cabaré.
Con mi cara de meteco, de judío errante, de pastor griego y mis cabellos a los cuatro vientos...", así comienza "Le Métèque" ("El extranjero"), que se convirtió en el emblema musical que escribió después del Mayo del 68 y que publicó en 1969 un alma errante que creía tener piernas en lugar de raíces y que simpatizaba con movimientos troskistas.
Aquel autorretrato musical cambió su vida y le abrió las puertas del mundo, para nunca cerrarlas.
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