Abulafia. El profesor británico es de origen sefardí - Archivo

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El historiador británico David Abulafia, que acaba de publicar en España una historia sobre el Mediterráneo, desde el Paleolítico hasta nuestros días, considera que "el Mediterráneo, en el sentido que tuvo en el pasado, ha muerto". En su libro cuenta, entre otras cosas, que los zares rusos planearon en el siglo XVIII pactar con el Reino Unido expulsar a todos los menorquines y sustituirlos por cristianos griegos, que ya se habían establecido en Córcega.

En una entrevista concedida a Efe, Abulafia señala que de "aquel glorioso pasado" apenas quedas unas "reliquias", que son las cosas que ven turistas y aficionados al arte, y por eso su libro "El gran mar" (Crítica) refleja un "Mediterráneo muerto, fosilizado, mera curiosidad del pasado, que ya no es la capital dentro de un imperio comercial".
Aunque escrito antes de las primaveras árabes y de la eurocrisis, el ensayo de Abulafia ya recoge los cambios en las condiciones económicas que se produjeron a raíz de la descolonización en la primera mitad del siglo XX y se difuminaron muchas de las relaciones que había dentro del Mediterráneo.

"Hubo más desconexión norte-sur, e incluso muchos de estos países descolonizados miraron a Rusia, y a partir de 1950 todos los países europeos comenzaron a mirar más hacia Bruselas, al norte", señala Abulafia, para quien estos nuevos centros de poder "han generado mayores desequilibrios".

En "El gran mar", Abulafia, profesor de Historia del Mediterráneo en la Universidad de Cambridge, analiza la evolución de un mar que ha sido cuna de la más importantes civilizaciones y que ha tomado forma a partir de fenicios, griegos y etruscos en la Antigüedad, de genoveses, venecianos y catalanes en la Edad Media, y de holandeses, ingleses y rusos en el siglo XVII.

Destaca el historiador británico, de origen sefardí, que Cataluña aparece como tercera potencia mediterránea en época medieval "a partir del papel de los reyes de la corona de Aragón y los comerciantes catalanes, que desempeñaron un papel en la parte occidental, si bien llegaron a otros lugares como Constantinopla".

El poder catalán en Cerdeña, Mallorca, el sur de Italia y Sicilia habla "de la energía que había no sólo en Barcelona, sino también en Valencia o en Palma" en los siglos XIII y XIV.

Subraya el autor que "la identidad catalana se edificaba sobre la defensa de una lengua, y no sobre la defensa de una raza".

Preguntado por el proceso soberanista animado por el gobierno catalán actual, Abulafia recuerda que el Reino Unido vive una situación similar con Escocia y el referéndum, y no esconde su "preocupación por que haya una mayor fragmentación en Europa".

A su juicio, "si hay unidades más pequeñas, habrá países con más poder y tendrán una mayor autoridad" y como "euroescéptico" apela a la prudencia para no convertir la Unión en una Europa de las regiones, "porque el precio puede ser alto" y el resultado podría ser una subsiguiente independencia del País Vasco, Galicia, Andalucía, Escocia, Gales".
Abulafia se muestra partidario de "defender la cultura catalana dentro de un marco mayor".

Admite que el Imperio Romano fue el momento álgido del Mediterráneo con "un único control en todos los países de alrededor, algo que no había pasado nunca antes y que se ha vuelto a repetir".

Bajo Roma, "se controló más que nunca la piratería y permitió la navegación con total seguridad, lo cual fomentó la actividad comercial".

En cuanto a la lengua, advierte, "no todos hablaban latín, pues la que predominaba era el griego, incluso en Roma" y era un mundo con una gran cultura, pero todo eso se interrumpió con la caída del imperio y con las cruzadas.

Añade que "se hubiera podido pensar que el Islam hubiera podido hacer algo igual, pero nunca pudo dominar el norte del Mediterráneo ni el norte de Constantinopla".

En "El gran mar" Abulafia da cuenta de influencias poco conocidas como las de daneses y suecos, que querían exportar madera, pieles y cereales al sur, pero aún resulta más curioso el papel de Rusia en el siglo XVIII, cuando comenzó a establecer alianzas para recuperar Constantinopla con el objetivo de reunificar la iglesia ortodoxa.

"Una de las ideas de los rusos era expulsar a la población local de Menorca y repoblar la isla con colonos ortodoxos que había en Córcega, y por idéntico interés tuvieron en su punto de mira Malta", anota Abulafia.

El interés de los holandeses por el Mare Nostrum fue más comercial que político o militar: "Sólo les interesaba Livorno y Esmirna, como escalas intermedias de un imperio que llegó hasta Indonesia", afirma el historiador