Los franceses tienen esto domingo una cita con las urnas. | Fabrizio Bensch

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Francia iniciará este domingo un proceso electoral que teóricamente no esperaba hasta el año 2027. Renovará su Asamblea Nacional, en unos comicios legislativos anticipados a los que concurre una mayoría gobernante débil y que pueden terminar de consolidar el avance de la ultraderecha, que acaricia la posibilidad de gobernar de la mano de Jordan Bardella. El terremoto político estalló la misma noche del 9 de junio, cuando la mera difusión de los sondeos a pie de urna, que ya anticipaban una holgada victoria para la Agrupación Nacional de Bardella bastó para que el presidente, Emmanuel Macron, se dirigiese a la nación y anunciase la disolución de la Asamblea Nacional. «He escuchado vuestro mensaje», dijo.

"No hay nada más republicano que dar la palabra al pueblo soberano", declaró con semblante serio, consciente de que volver a repartir las cartas podía abocarle a la temida 'cohabitación'. No en vano, en los días posteriores dejó claro que no tenía pensado dimitir y que, por tanto, aceptaría una convivencia con el Gobierno conformado a partir de la mayoría parlamentaria. Francia se ha visto abocada a la 'cohabitación' en tres ocasiones durante la V República, la última de ellas entre 1997 y 2002, y ahora las encuestas anticipan que llegará una cuarta. El 'efecto Macron' que le impulsó al Elíseo en 2017 ya venía dando muestras de desgaste frente a una ultraderecha que ha adaptado sus discursos y su imagen a cánones más generalistas y a una izquierda que ha sobrevivido en las últimas citas electorales gracias a la unidad.

El Renacimiento de Macron se presenta como vía de centro, moderada, frente a otros dos grandes bloques, el primero de ellos encabezado por Agrupación Nacional. El partido ultraderechista fundado por Jean Marie Le Pen bajo el nombre de Frente Nacional y heredeado por su hija Marine tiene ahora como principal estandarte a un joven eurodiputado, Jordan Bardella, que busca ser primer ministro. Ha matizado no obstante que sólo asumirá el cargo si tiene una mayoría absoluta a su favor, en una campaña en la que ha dado pistas claras de las medidas que aplicará si llega al poder. Atajar con «urgencia» la inmigración es uno de sus grandes lemas, así como revisar a fondo unas finanzas públicas catalogadas de «irresponsables». Al bloque de derechas se han unido Los Republicanos, a costa de una ruptura interna. El líder del partido, Éric Ciotti, ha roto con la tradicional línea roja que separaba a su grupo de la ultraderecha y se ha topado con una rebelión interna, con intentos de cese incluidos, en la que terminó intercediendo la Justicia. Agrupación Nacional y Los Republicanos han acordado no anularse en decenas de circunscripciones y Ciotti tiene en su mano ser ministro en un potencial Gobierno de Bardella.

En el flanco izquierdo ha surgido el Nuevo Frente Popular, una alianza que tiene como principales puntales al Partido Socialista, tercero en las últimas europeas tras unos años relegado, y a La Francia Insumisa (LFI) del excandidato presidencial Jean-Luc Mélenchon. Este bloque, que sus rivales han categorizado de extrema izquierda principalmente por la presencia de LFI, no ha aclarado aún quién encabezaría su Ejecutivo en caso de llegar al poder. Los dos debates televisados se los han turnado en representación del Nuevo Frente Popular el diputado Manuel Bombard, de LFI, y el líder del Partido Socialista (PS), Olivier Faure, si bien sus rivales habían solicitado que quien ocupase la silla fuese Mélenchon, alegando que él es el aspirante tapado para ocupar la jefatura del Gobierno.

Mélenchon ha sugerido que es momento de pasar el testigo a nuevas figuras más jóvenes, mientras que Faure ha llegado a decir que el excandidato presidencial «no puede ser primer ministro» en un momento en que quien ocupe este cargo debe precisamente «apaciguar» y tender puentes. Sí ha dejado claro en cambio quién es su candidato el frente afín a Macron, que aspira a mantener como primer ministro a Gabriel Attal, principal responsable de la campaña electoral. Potencial delfín político de Macron, Attal fue el elegido por el presidente este mismo para tratar de relanzar un Gobierno que, sin mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, se ha visto obligado a recurrir en numerosas ocasiones a una prerrogativa constitucional para forzar la aprobación de leyes clave, a riesgo de tentar a la suerte con sucesivas mociones de censura. Attal ha advertido del riesgo de «saltar al vacío», entendiendo que sólo su lista representa el centrismo y la moderación que necesitaría Francia en estos momentos. El primer ministro considera que el programa económico que abandera es el único serio y el ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, ha llegado a burlarse públicamente de la falta de concreción de Bardella en reformas clave como la de las pensiones.

La del 30 de junio es sólo la primera ronda de un sistema a doble vuelta, con el 7 de julio como fecha clave. La Asamblea Nacional gala está compuesta por 577 diputados, elegidos por otras tantas circunscripciones: en cada una de ellas, sólo hay un vencedor en primera vuelta si alguien logra más del 50 por ciento de los votos emitidos y estos representan, además, al 25 por ciento del electorado total. En contra de lo que ocurre en los comicios presidenciales, no tienen por qué pasar a la segunda ronda únicamente dos candidaturas, sino que superarán la primera criba todos aquellas personas que obtengan más del 12,5 por ciento de los sufragios.

Es en esta cita final cuando los aspirantes y partidos deberán tantear sus opciones y determinar el posible respaldo a una candidatura rival, en una especie de contención de daños que pasa por optar por el mal menor. La importancia de las alianzas es por tanto clave para tratar de no restarse votos en primera ronda --repartiéndose por ejemplo circunscripciones dentro de cada bloque--, mientras que para la segunda será clave dónde van a parar los votos de los candidatos eliminados o sin opciones. Tradicionalmente, el 'frente republicano' tejido por las formaciones moderadas invitaba en estas segundas vueltas a aunar votos contra la ultraderecha. Macron, al término de una campaña marcada por la ambigüedad, ha prometido «la máxima claridad» para esa vuelta final en materia de consigna de voto, sin aclarar si pediría el voto para el Nuevo Frente Popular en caso de que uno de sus candidatos tuviese opciones frente a la ultraderecha.

Será en cualquier caso la noche del 7 de julio cuando se despejen todas las incógnitas, o no. Los sondeos sitúan a la alianza conservadora por delante de sus rivales, con una intención de voto que ronda el 30 por ciento, pero no está claro que puedan alcanzar la mayoría absoluta que reclama Bardella para gobernar sin dependencias externas. La legislatura saliente hizo evidente el riesgo de esta fragilidad, ya que el Gobierno de Attal, encabezado previamente por Elisabeth Borne, apenas contaba con 245 apoyos. Puede darse una situación de flagrante ingobernabilidad, lo que abocaría a Francia a aguantar al menos durante un año: la Constitución establece en su artículo 12 que no puede haber una nueva disolución del Parlamento en doce meses. La polarización complica la posibilidad de un Gobierno tecnócrata, mientras que el Elíseo ha aclarado que Macron no contempla recurrir al artículo 16 de la Constitución y concederse poderes excepcionales para evitar el vacío de poder, un botón núclear que sólo se ha pulsado una vez durante la V República, en el año 1961 como respuesta al golpe en Argel.