El político neerlandés. | Reuters - OLIVIER MATTHYS

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En la distancia corta, Mark Rutte es accesible, cercano, campechano y modesto, y en la política, se ha configurado como un personaje resistente a cualquier escándalo, negociador hábil y camaleón capaz de navegar paisajes complejos, como evidenció estos meses al ganarse el apoyo de sus mayores detractores para aspirar a secretario general de la OTAN.

Su único contrincante, el presidente rumano Klaus Iohannis, retiró su candidatura, dejando a Rutte vía libre en su aspiración a suceder a Jens Stoltenberg, y se espera que los embajadores ante la OTAN confirmen su designación como nuevo jefe la próxima semana. Será el cuarto neerlandés en ocupar el cargo, después de Dirk Stikker, Joseph Luns y Jaap de Hoop Scheffer. Pero Rutte no las tuvo siempre todas consigo, sobre todo por la resistencia del húngaro Viktor Orbán, con quien ha chocado en numerosas ocasiones por las políticas húngaras hacia la homosexualidad y las reformas judiciales. Orbán llegó a decir que «the Dutch guy» (el tipo neerlandés) le «odia» y Rutte prometió «poner de rodillas» a Hungría por una legislación homófoba, así que prometió ponerle las cosas difíciles.

Si algo ha demostrado Rutte en sus casi 14 años como primer ministro neerlandés es su capacidad de llegar a acuerdos ingeniosos con sus rivales, sin importar la ideología o las enemistades. Solucionó las tensiones con Orbán con una carta en la que «tomó nota» de que sus declaraciones «han causado descontento» en Hungría y, sin disculparse ni retractarse, permitió a Orbán anotarse una victoria ante su público húngaro. A Rutte se le ha conocido con diferentes apodos.

Uno de ellos es «Teflon Mark», una metáfora que usa al revestimiento que evita que la comida se pegue a una sartén para describir su capacidad de salir ileso de los problemas. También es el «halcón» que llamaba a la austeridad europea, lo que tensó la cuerda con países del sur de Europa, aunque eso parece haber quedado atrás, y estos países también apoyan su aspiración a dirigir la OTAN. A sus 43 años fue el primer jefe de gobierno liberal en casi un siglo, y gobernó con la derecha radical de Geert Wilders (2010-2012), la izquierda socialdemócrata (2012-2017), y en dos coaliciones sucesivas de cuatro partidos -progresistas, democristianos y conservadores de Unión Cristiana- entre 2017 y 2022.

Ahora gobierna en funciones hasta la toma de posesión del nuevo gabinete de Wilders, previsiblemente el 2 de julio. Un chico de La Haya Nacido en la ciudad neerlandesa de La Haya el 14 de febrero de 1967, Rutte estudió Historia (1985-1992) en la Universidad de Leiden, y tras pasar por el sector privado, ingresó en la política en los noventa como miembro del Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD). Su carrera ha sido de ascensos continuos: fue secretario de Estado de Asuntos Sociales y Empleo, y de Educación, Cultura y Ciencia, y en 2006 líder del VVD. Pegó el salto a primer ministro en 2010, hasta el pasado 7 de julio, cuando presentó su dimisión por desacuerdos sobre la política migratoria, y unos días después, anunció que dejaba la política.

Esa renuncia pilló por sorpresa a los neerlandeses, acostumbrados al enfoque pragmático de un político que no tira fácilmente la toalla. ¿A qué se iba a dedicar? «Quizás a dar clases», dijo entonces. Pero pocos se creyeron que no tenía otro plan. «Él ya sabía desde ese día que era favorito para la OTAN. Esa es una de las razones por las que forzó una crisis en su propio gobierno», asegura el comentarista político neerlandés Ron Fresen, que analizó a Rutte y su entorno, y publicó un libro en mayo. Pero Rutte no confirmó su candidatura hasta octubre, cuando admitió que le parecería «muy interesante» dirigir la OTAN.

A eso siguió una exitosa labor para lograr el respaldo de toda la Alianza. El político liberal siempre se ha mostrado como un ciudadano de clase trabajadora, un hombre de Estado y un jugador en equipo capaz de sentar a rivales alrededor de una mesa y no levantarse hasta que haya acuerdo. Soltero y sin hijos, mantiene una vida personal modesta y privada. Su marca es la «normalidad», lo que le ha valido el aprecio de neerlandeses de todas las ideologías, que han votado por su persona, más que por su partido: habla con la gente por la calle, da clases en un instituto, va en bici al trabajo, vive en la misma casa desde hace décadas y conserva su Saab destartalado de los noventa. Pero ¿cómo afectará la OTAN al modesto Rutte?