Trump no comenzó a conocer bien al gobernador, de 57 años, hasta la preparación de las primarias de Indiana en abril, cuando pidió incluirlo en el proceso de selección porque le impresionó la caída del desempleo en ese estado eminentemente agrícola del Medio Oeste.
El incendiario multimillonario, que ha roto todos los esquemas de las elecciones estadounidenses y de su propio partido, quería un candidato a vicepresidente con experiencia política que le ayudara a tender puentes con las mayorías republicanas en el Congreso.
Pence, congresista por Indiana entre 2001 y 2013, guarda buenas conexiones de ese periodo en Washington, donde batalló por la disciplina fiscal, un Gobierno federal con menos peso, una política de defensa fuerte, restrictivas leyes migratorias y una agenda social rigurosamente conservadora. Es decir, por el abecé de la ortodoxia republicana.
El gobernador, ferviente cristiano, fue visto en el momento de su elección como una «opción de consenso» que podía hacer «digerible» a Trump no solo entre la elite del partido sino también para el votante ultraconservador y el poderoso sector evangélico.
Estos grupos, con frecuencia entrelazados, nunca han confiado en que Trump sea un auténtico conservador: en el pasado apoyó a demócratas, se mostró abierto en temas divisores como el aborto y va por su tercer matrimonio, con un historial sentimental extensamente aireado en la prensa rosa.
Al contrario, Pence lleva casado 31 años con su esposa, Karen, tiene tres hijos y no se le conoce ningún escándalo personal.
Además, su legado de conservadurismo social es intachable. En la Cámara de Representantes lideró el tipo de batallas que exaltan a ese sector y, como gobernador, firmó una ley criticada por permitir la negación de servicios a homosexuales en base a motivos religiosos y otra que prohíbe abortar por la discapacidad, raza o género del feto.
Su política económica sigue al pie de la letra la doctrina clásica republicana: aprobó la mayor bajada de impuestos de la historia de Indiana, impulsó rebajas fiscales a las corporaciones para atraer la inversión y toda su vida ha sido un adalid de la más estricta disciplina fiscal.
Económico es también su mayor punto de fricción con Trump: como congresista votó a favor de todos los tratados de libre comercio que se propusieron y apoyó en varias ocasiones liberalizar más el comercio con China, una política que el magnate rechaza frontalmente por considerarla responsable de la pérdida de decenas de miles de puestos de trabajo en EE.UU.
Pence también apoya el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) que se ha negociado durante el Gobierno de Barack Obama y cuya oposición total es uno de los puntos cardinales de la campaña de Trump.
El gobernador, que barajó presentarse como candidato a las primarias de este año, aporta al tándem republicano la experiencia legislativa y gubernamental de la que Trump presume carecer y encarna al conservador arquetípico del que el magnate dista en numerosos sentidos.
Durante la campaña, el vicepresidente se mantuvo alejado de los escándalos de su compañero y evitó cualquier traspiés, manteniendo un tono más moderado y profesional.
En el debate de vicepresidentes, Pence exhibió una habilidad oratoria que forjó en sus años de locutor de radio y como presentador de un programa político en una televisión local.
Pence no es conocido por su carisma ni por una personalidad arrolladora, pero no le hace falta: ha competido por la Casa Blanca junto a unos de los candidatos que más pasiones, de amor y de odio, han levantado en la historia del país.
De perfil bajo y nombre poco conocido a nivel nacional, Mike Pence fue una apuesta que, sin entusiasmar a casi nadie, contentó un poco a todos.
El gobernador, que antes de que Trump ganara las primarias de Indiana apoyó al senador ultraconservador Ted Cruz, ha defendido después públicamente que el magnate «ha dado voz a la frustración de millones de estadounidenses trabajadores con la falta de avances en Washington».
Mike Pence (Columbus, 1959) creció y cursó todos sus estudios, incluida su licenciatura en Derecho, en su Indiana natal, un estado eminentemente agrícola del Medio Oeste de Estados Unidos considerado históricamente un feudo republicano y que este 9 de noviembre se corroboró como tal.
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