Casi cuatro años de negociaciones arduas e intensas culminaron este jueves en La Habana con un histórico acuerdo de paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC, anunciado en un acto formal en el que se vieron lágrimas, aplausos y la emoción de poner fin a una guerra de más de medio siglo.
Queda pendiente la firma del documento, en un acto que tendrá lugar en Colombia en una fecha aún por concretar, pero todo apunta a que será en las próximas semanas y ahí empezará la cuenta atrás de 180 días para que el grupo insurgente abandone la lucha armada, sin un solo fusil en su poder.
«La guerra ha terminado. Pero hay un nuevo comienzo. Este acuerdo abre posibilidades para comenzar una etapa de transformación de la sociedad colombiana», aseveró el jefe negociador del Gobierno de Colombia, Humberto de la Calle.
El cabeza de la delegación gubernamental destacó que el pacto anunciado es «un acuerdo viable, el mejor acuerdo posible», aunque recordó que serán los colombianos los que tengan la última palabra en el plebiscito ya convocado para el 2 de octubre.
«Hemos ganado la más hermosa de las batallas, la de la paz de Colombia», clamó el jefe negociador de la guerrilla «Iván Márquez» (alias de Luciano Marín Arango).
El número dos de las FARC también señaló que con este pacto «termina la guerra con las armas y comienza el debate de las ideas», al abrir la puerta al salto a la vida civil de la guerrilla más antigua del continente, que tras 52 años de lucha armada se transformará ahora en un movimiento político.
Tras los seis meses que la insurgencia estará concentrada en las zonas transitorias durante el alto el fuego, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) tendrán portavoces en el Congreso, «con voz pero sin voto», hasta 2018, cuando podrán presentarse a elecciones con una representación mínima asegurada por dos legislaturas.
«Del cónclave de La Habana ha surgido humo blanco, doctor Humberto de La Calle. Habemos pacem, tenemos paz, viva Colombia, viva la paz», proclamó Márquez, sonriente y contento.
Sentimientos de felicidad y emoción se vieron en las caras de los integrantes de las dos delegaciones de paz, representadas al completo en la sala y que cantaron al unísono el himno de Colombia al inicio del acto formal, que acabó con abrazos y fotos juntos.
Por primera vez al anunciar un acuerdo, las partes aplaudieron efusivamente cuando los representantes de los países garantes -Cuba y Noruega- culminaron la lectura del comunicado conjunto del proceso que alumbra la paz en Colombia, aunque está pendiente el inicio de las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
El propio Márquez exhortó al segundo grupo rebelde del país a «encontrar un camino de aproximación para que la paz sea con creces».
Después de anunciar el pasado 23 de junio el trascendental acuerdo de alto el fuego bilateral y definitivo y la dejación de armas, las partes se han apresurado a finiquitar los flecos sueltos de los pactos ya alcanzados sobre desarrollo rural, participación política, drogas ilícitas y reparación de víctimas.
Sin quedar exentos de importantes escollos e incluso graves crisis, los 44 meses de negociaciones han transcurrido en un ambiente de respeto.
La tensión de los primeros años entre las dos delegaciones se fue disipando a medida que fructificaban acuerdos y las miles de horas de trabajo conjunto permitieron una mayor cordialidad y entendimiento.
En los inicios, las delegaciones siempre entraban por separado a las reuniones y rara vez se dejaban ver juntas; tuvieron que pasar dos años hasta que las cámaras captaran el primer apretón de manos entre los dos jefes negociadores, De la Calle y Márquez.
No sucedió hasta noviembre de 2014, cuando acordaron volver a la mesa de negociación pocos días después de que el presidente Juan Manuel Santos suspendiera las conversaciones en represalia por el secuestro por parte de las FARC de un general del Ejército.
Aunque el apretón de manos que dio la vuelta al mundo fue el de el presidente Santos y el jefe máximo de las FARC, Rodrigo Londoño, alias «Timochenko», el 23 de septiembre de 2015 en La Habana para sellar el acuerdo sobre justicia transicional.
Fue una imagen insólita entonces: la primera vez que un presidente de Colombia y un líder guerrillero se reunían en son de paz y estrechaban la mano.
Se repitió nueve meses después, de nuevo en la capital cubana, en el anuncio de alto el fuego. Y previsiblemente se repita en las próximas semanas en Colombia, cuando ambos rubriquen definitivamente la anhelada paz.
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