Un cohete Soyuz llevó este viernes al espacio los dos primeros satélites operativos del sistema de navegación Galileo, la apuesta europea para competir con el GPS estadounidense y el Glonass ruso que inicia su fase de despliegue final tras haber colocado en orbita cuatro dispositivos de prueba.
El lanzamiento, aplazado 24 horas por las condiciones meteorológicas, tuvo lugar finalmente a las 12.27 GMT en el Centro Espacial Europeo de Kurú, en la Guayana francesa, desde donde partió la nave rusa operada por Arianespace con los satélites Doresa y Milena, cumpliendo así el programa.
Los aparatos, de 750 kilos cada uno, tardarán casi cuatro horas en llegar a su destino, una órbita situada a 23.222 kilómetros de altitud sobre la Tierra con una inclinación de 56 grados respecto al Ecuador.
Estos dispositivos se suman a otros cuatro ingenios que la Agencia Espacial Europea (ESA) lanzó, por parejas, a finales de 2011 y de 2012, como preliminares de una constelación que en 2020 contará con un total de 30 satélites dispuestos en tres órbitas.
Será entonces -tras años de retrasos, desencuentros políticos e industriales y notables sobrecostes- cuando se espera que el sistema ideado en 1998 funcione a pleno rendimiento, aunque los primeros servicios comenzarán a ofrecerse a finales de 2015.
Para ello, la Comisión Europea (CE) ha invertido unos 13.000 millones de euros, aunque parte de ese presupuesto le corresponde al predecesor de Galileo, Egnoss, que entró en servicio en 2009 y perfecciona la exactitud del GPS.
Por el camino han tenido que superarse las reservas, por ejemplo, del Reino Unido y Holanda, reticentes a destinar dinero público al proyecto europeo, que sí gozó del firme impulso de Francia y Alemania.
En el plano industrial, las matrices de lo que hoy son las empresas Thales Alena Space y Airbus dudaban sobre la rentabilidad del programa, inicialmente concebido como una asociación público-privada y finalmente financiado a través de las arcas públicas.
Por su parte, Washington presionaba a Bruselas ante el temor de que la señal de Galileo pudiera interferir en las aplicaciones de su GPS e intentaba convencer a Europa de que abandonara el proyecto y se conformara con el sistema de geolocalización estadounidense.
Superados esos y otros escollos, el proyecto se relanzó en 2007, pero, de pronto, Berlín esgrimió razones financieras para votar en contra de su desarrollo.
Tres años después, la empresa alemana OHB, en cooperación con la británica Surrey Technology, ganó los concursos para fabricar el grueso de los satélites de la constelación.
Sin embargo, al verse superada por la complejidad del encargo e incurrir en nuevos retrasos, la ESA recurrió a los gigantes Thales Alena Space y EADS (ahora Airbus) para rescatar a la desvalida empresa germana y, finalmente, los primeros satélites de prueba de Galileo pudieron enfilar la rampa de lanzamiento en 2011.
Cuando esté a pleno rendimiento, en 2020, la tecnología europea -de concepción civil y no militar como la estadounidense, que nació en 1978 y controla el Ejército de Estados Unidos- ofrecerá una precisión diez veces superior a la del GPS.
El margen de error será de cuatro metros para los servicios gratuitos y de menos de un metro para los clientes de pago.
Pero antes, a finales de 2015, Galileo empezará a ofrecer sus primeros servicios, al tiempo que la ESA seguirá nutriendo su sistema a un ritmo de siete u ocho satélites por año.
«Ahora, la inversión en el espacio está aportando resultados concretos. Estoy convencido de que avanzamos en la dirección correcta», declaró poco después del lanzamiento el comisario europeo de Industria y Emprendimiento, Ferdinando Nelli Feroci.
Las aplicaciones de Galileo podrán emplearse en la administración del tráfico aéreo, rodado, marítimo y ferroviario, en la gestión de situaciones de emergencia y salvamento, en la logística, la agricultura y la pesca o en el sector energético, entre otras.
Según las previsiones de Bruselas, Galileo tendrá un impacto económico de 90.000 millones de euros en los próximos 20 años en un sistema productivo que ya basa entre el 6 y el 7 % de su producto interior bruto (PIB) en sistemas de navegación.
Además, la nueva constelación ofrecerá a la Unión Europea (UE) una herramienta autónoma para su estrategia de política exterior y seguridad, pues no dependerá del control militar estadounidense que opera el exitoso GPS ni de los proyectos similares que preparan, al menos, China y Rusia.
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