Las malas rutinas de descanso pueden afectar desde los niveles de estrés hasta en generar enfermedades crónicas. | Freepik

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Mantener una correcta higiene del sueño es clave para asegurar un descanso adecuado y evitar problemas de salud relacionados con el insomnio o la falta de sueño. La higiene del sueño se refiere a una serie de hábitos y prácticas que ayudan a preparar el cuerpo y la mente para descansar profundamente durante la noche. Dormir bien no solo mejora la concentración y el rendimiento diario, sino que también es esencial para la salud física y mental a largo plazo.

El entorno en el que se duerme juega un papel crucial. Un espacio oscuro, fresco y libre de ruidos ayuda a conciliar el sueño más fácilmente. La comodidad del colchón y la ropa de cama también contribuyen a mejorar la calidad del descanso. Crear un ambiente tranquilo y relajado favorece que el cuerpo se prepare para descansar y entrar en un ciclo de sueño profundo y continuo.

El ritmo diario de actividad es igualmente importante. Las personas que mantienen un horario regular para acostarse y levantarse suelen disfrutar de un sueño más reparador. El cuerpo necesita una rutina estable para regular su reloj biológico, lo que facilita la conciliación del sueño y la transición entre las distintas fases del mismo. Alterar estos patrones, ya sea por trabajo, viajes o actividades recreativas, puede dificultar el sueño y provocar alteraciones en el descanso.

Otro factor que incide en la calidad del sueño es el manejo del estrés. Las preocupaciones y la ansiedad afectan la capacidad de relajarse antes de dormir, por lo que es recomendable desarrollar actividades que promuevan la calma, como la lectura, la meditación o la práctica de ejercicios de respiración. Evitar el uso de dispositivos electrónicos antes de acostarse también es crucial, ya que la exposición a la luz azul que emiten las pantallas puede alterar los ritmos circadianos.

No tener una buena higiene del sueño tiene efectos negativos sobre la salud. La falta de descanso reparador está vinculada a problemas de concentración, irritabilidad, aumento de peso y riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como la hipertensión y la diabetes. Además, la privación crónica del sueño puede debilitar el sistema inmunológico y aumentar la vulnerabilidad a infecciones.