Las señales de vigorexia no se limitan a la preocupación por la apariencia física. Muchas personas que la padecen desarrollan rutinas de ejercicio excesivas, pasando largas horas en el gimnasio. Su vida cotidiana gira en torno a la actividad física, la dieta y el uso de suplementos o incluso sustancias peligrosas, como los esteroides anabólicos, para alcanzar su objetivo de un cuerpo musculoso. Esta constante preocupación interfiere con sus relaciones personales, laborales y sociales, generando aislamiento y estrés.
Otra característica clave de la vigorexia es la insatisfacción constante con los resultados obtenidos, independientemente del progreso visible. La persona se siente atrapada en un ciclo de exigencia creciente, donde el esfuerzo nunca es suficiente. Este estado mental puede llevar a conductas obsesivas relacionadas con la dieta, evitando cualquier alimento que consideren contraproducente para el desarrollo muscular.
Las consecuencias de la vigorexia van más allá de lo físico. A nivel emocional, las personas afectadas suelen experimentar ansiedad, baja autoestima y depresión. La presión autoimpuesta para alcanzar un cuerpo perfecto puede generar frustración y afectar gravemente su bienestar psicológico. El constante miedo a perder masa muscular puede convertirse en una fuente de angustia y malestar constante.
Reconocer la vigorexia es el primer paso para abordar este trastorno. Si bien mantenerse en forma es positivo, la obsesión por el cuerpo puede tener efectos negativos en la salud. Es fundamental buscar ayuda psicológica cuando el ejercicio y la alimentación comienzan a convertirse en una fuente de sufrimiento o limitan la vida cotidiana. La terapia puede ayudar a trabajar en la percepción corporal, mejorar la autoestima y desarrollar hábitos saludables.
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