Retransmisión televisiva

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Por contenido y por forma, para mí, es la más significativa del siglo. Es para enmarcarla. La ocasión era única y el escenario, insuperable. Tuvo lugar en la época que el mundo se detuvo. Era 27 de marzo de 2020. Estábamos bajo confinamiento global. No podíamos salir de casa. Un hombre vestido de blanco, solo y serio, bajó a una plaza dramáticamente desértica y, de repente, la plaza de San Pedro se hizo mundo entero. Pareciera que la columnata de Bernini estaba deseando abrazar la humanidad herida. Al fondo, dos iconos de la Ciudad Eterna: una Virgen en pintura y un Crucificado en escultura, ambos salpicados por la llovizna. Era de noche.

La tristeza, la soledad y el silencio fueron los pilares del acto que tuvo como argumento ‘Nadie se salva solo’ y como súplica ‘No nos abandones en la tormenta’. La retransmisión se hizo video, viral, y libro. La oración pronunciada por el Papa se halla ahora registrada en un minisatélite espacial. La grabación televisiva se encuentra protegida contra ataques nucleares en un ‘depositorio de semillas de esperanza’. Tecleando, en Google y en redes sociales, ‘Statio orbis 2020’ es posible visionar algunas partes de aquel acontecimiento que logró aunar la sublimidad triste del momento, la excelencia estética del lugar, y el perfeccionismo profesional de quienes lo transmitían. Hace algo más de cinco años, el tiempo pasa, el impacto dura.