La adoración al becerro de oro y la política de Trump

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El 2 de abril de 2025, un día después del «Día de engañar» que celebramos en Menorca como herencia británica, pasará a la historia por la descerebrada política económica de Trump que dará origen a una guerra comercial sin precedentes. En cierto modo, lo ocurrido recuerda a un relato antiguo pero revelador: la adoración al becerro de oro, narrada en el libro del Éxodo. Esta historia refleja la incapacidad del pueblo de Israel para esperar y confiar en la guía divina. Liberados de la esclavitud, pero impacientes ante la ausencia de Moisés, los israelitas sucumbieron al impulso de fabricar un ídolo, buscando en lo tangible la seguridad que no encontraban en lo invisible. Al igual que entonces, hoy volvemos a presenciar cómo el miedo, la ansiedad y la sed de poder pueden llevar a decisiones impulsivas que terminan por traicionar principios más profundos y duraderos. La historia se repite, aunque con otros nombres y escenarios.

Por otro lado, la política de Donald Trump ha generado un debate polarizado, tanto en la sociedad estadounidense como en el ámbito internacional. Desde su estilo de liderazgo hasta sus políticas económicas y sociales, Trump ha suscitado pasiones intensas, llevando a muchos a verlo casi como un salvador y a otros a considerarlo un peligro. Al comparar estas dos realidades, se puede vislumbrar un paralelismo sobre la idolatría y la búsqueda de figuras que, aunque falibles, ofrecen promesas de cambio y seguridad.

En la historia del becerro de oro, los israelitas enfrentaban un período de incertidumbre y miedo. La ausencia de Moisés representaba una pérdida de conexión con lo divino, y su reacción fue buscar un símbolo físico que pudiera encarnar la protección y el liderazgo que ansiaban. Similarmente, la llegada de Trump al poder puede interpretarse como un reflejo de una nación en crisis, donde muchos votantes buscaban un líder que les ofreciera una alternativa a un sistema político que percibían como deteriorado y distante de sus necesidades.

Ambos escenarios muestran cómo, ante la incertidumbre, las personas pueden volverse hacia figuras carismáticas que prometen soluciones simples a problemas complejos, «populistas». Esta necesidad de un «becerro de oro» moderno se manifiesta en la forma en que los seguidores de Trump lo veneran casi como un icono, creyendo que su «poesía» política puede recuperar lo que consideran un país en decadencia.

El becerro de oro, a pesar de ser un símbolo de esperanza momentánea, resultó ser una gran desilusión. En el relato bíblico, el culto a la estatua trajo consigo consecuencias desastrosas, mostrando la fragilidad de las soluciones basadas en ídolos. En el contexto de la administración Trump, la política de «América Primero» y sus promesas de reconstrucción económica resuenan con la desesperada esperanza de sus partidarios. Sin embargo, también han surgido críticas sobre las realidades de su administración, incluidas preocupaciones sobre divisiones sociales, cuestiones éticas y políticas exteriores problemáticas, enemistándose con los países amigos y aliados. Y, aún peor, el atisbo en un horizonte cercano de una recesión económica en el país.

La confianza en un líder carismático puede llevar a la creación de expectativas poco realistas. Así como los israelitas se enfrentaron a un vacío espiritual tras la creación del becerro, muchos estadounidenses han tenido que afrontar la realidad de las promesas incumplidas y el descontento social, lo que a su vez desencadenó un nuevo ciclo de frustración y búsqueda de liderazgo.

Creo que la historia del becerro de oro es una advertencia sobre los peligros de la idolatría y la desacertada simplicidad en tiempos de complejidad. Al estudiar la política contemporánea a través de esta lente, se resalta la necesidad de discernir entre la adoración a figuras carismáticas y el cuestionamiento crítico del sistema político. Si bien la búsqueda de soluciones a los problemas de la sociedad es un impulso natural, es fundamental recordar que los ídolos, ya sean de oro o de poder político, son inherentemente falibles y pueden desviar a las sociedades de su verdadero propósito y valores.