«Los miembros de esta generación tendremos que lamentarnos no solo por las palabras y los actos odiosos de las malas personas, sino por los clamorosos silencios de las buenas». Ken Follett
Uno puede equivocarse. Por ignorancia. Pero cuando ese mismo ‘uno’ yerra a sabiendas, la cosa es distinta. Constituye empecinamiento en el error. O falta de coraje para verbalizar una disculpa y rectificar. Lo de Trump es precisamente eso. Setenta y cuatro millones de americanos votaron a ese energúmeno, siendo una ‘cagada’ –y perdonen ustedes la expresión– probablemente consciente. ¿Acaso no lo conocían los estadounidenses? Había miles de antecedentes de su indecencia moral. Estaban avisados. En 2017 –y es solo un ejemplo– el actual presidente de la Casa, difícilmente hoy, Blanca, se burló públicamente de Serge Kovaleski, un periodista del «New York Times», con un problema neuronal grave. Donald le imitó, burlón, carcajeándose de sus ‘tics’, de sus dificultades de movilidad, de sus trabas a la hora de pronunciar palabras, esas que le eran tan incómodas… ¿Y a ese hombre le han votado los americanos? Al final, en esas sesiones continuas de los cines injustamente olvidados, los americanos siempre vencían a los malos, los indios. Nadie os dijo que debería de haber sido al revés… Trump es, a la postre, el reflejo de esa injusticia, el sheriff chulesco de turno, pero sin la ética y elegancia de Gary Cooper. Puede que un día su interpretación/imitación, la de Trump, se mude en realidad y que, cuando intente abrocharse un zapato, sufra un ictus y el mundo que él, niñato inculto, pretende controlar, se difumine inesperadamente en la nada. ¡Ojalá tenga tiempo, entonces, de descubrir, asombrado, que no era Dios!
Resulta vomitivo admitir que un presidente pueda ridiculizar públicamente a un enfermo neurológico… ¿Qué se puede esperar de alguien así? En ese mismo año –y refiriéndose a esa burla– Meryl Streep le dijo a ese entonces simple candidato, el muy honorable Donald: «Fue ese momento en el que la persona que pedía sentarse en el asiento más respetado de nuestro país imitó a un periodista discapacitado. Alguien al que superaba en el privilegio, poder y capacidad para responder (…) No era una película, era la vida real. Y ese instinto para humillar, cuando es utilizado por alguien en una plataforma pública, por alguien poderoso, se filtra en la vida de la gente porque da permiso a otros para hacer lo mismo. El poco respeto invita al poco respeto. La violencia incita a la violencia. Cuando los poderosos usan su posición para acosar a otros, perdemos todos».
Y en esas estáis, mientras comienza a resurgir en la sociedad aquel viejo lema que ya esgrimió una Europa debilitada cuando Hitler invadió Polonia. A saber: «Esta no es nuestra guerra». Esa pasividad que hizo posible la invasión posterior de once países… Y esa guerra fue, después, la de todos…
¿Cambiar el mundo? ¿Usted? ¿Yo? ¡Pues va a ser que sí! En ocasiones la paz empieza en un barrio, en una comunidad de vecinos, en una papeleta, en un colegio, en un puesto de trabajo… en donde, cuando se cometa una injusticia, alguien tenga el coraje de levantar su voz. Cuando todos seáis, en definitiva, Meryl Streep.