Relata Miguel Ángel Aguilar, periodista de mirada sagaz y larga trayectoria, la historia que lo une a la novela «La inmortalidad», del gran escritor y dramaturgo checo Milan Kundera.
Le entregaron un ejemplar del libro con esta dedicatoria: «Para Miguel Ángel Aguilar, de Milan Kundera. París, 1990». Quien fundó la Asociación de Periodistas Europeos y escribió en «El País» hasta que fue cesado por criticar al rotativo de Prisa en «The New York Times», nunca había conocido la existencia de esta novela y, mucho menos, la dedicatoria.
En «La inmortalidad», Kundera describe con agudeza el oficio del periodista. En otros tiempos significaba acercarse más que nadie a la realidad, recorrer todos los rincones ocultos y ensuciarse las manos con ella.
Todo cambia cuando el periodista comprende que hacer preguntas no es el método de trabajo de un reportero, sino un modo de ejercer el poder. Porque periodista no es aquel que pregunta, sino aquel que tiene el sagrado derecho de preguntar, de preguntarle a quien sea lo que sea, proclama el autor de la fascinante «La insoportable levedad del ser». Está obligado.
El periodista, añade, ha comprendido que, gracias a una resolución secreta de la historia, debe convertirse en su administrador. Y, naturalmente, de las realidades más próximas, aquellas que forman el entorno más inmediato. Porque la prensa local es la más comprometida y arriesgada. En la conferencia que pronunció el presidente de AENA, Maurici Lucena, el lunes en el Ateneu, el redactor de este diario, Javier Gilabert, ejerció con eficacia y acierto el mandato de Milan Kundera.
Preguntó y repreguntó, planteando cuestiones que incomodaron al máximo responsable del ente gestor de los aeropuertos de España. Gracias a la perseverancia del periodista, los menorquines sabemos hoy que el proyecto de la cuestionada torre de control virtual era, en realidad, un relato de ficción.