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Un pobre gato que solo buscaba caricias en un parque de Alaior acabó siendo pateado por un menor que le asestó un tremendo puntapié que le hizo salir volando por los aires. Los detalles de la noticia ya son desagradables, no me ha hecho falta ver el vídeo; hoy día hay que dejar constancia de todo, también de cualquier salvajada. Lo que ha generado este ataque al felino es digno de mención, desde la reacción de personas exaltadas contra la familia del chico, que ésta ha denunciado por amenazas; a la enorme participación ciudadana en busca del gato golpeado, que ha desbordado cualquier expectativa. La Protectora de Animales publicaba en redes un breve comunicado, asegurando no saber si el gato está vivo, «si está sufriendo o si lo mataron», la entidad agradecía la búsqueda pero pedía que cesaran las visitas a la zona porque la colonia felina necesita recuperar su tranquilidad.

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Hace unos años un suceso como este no hubiera merecido ni la más mínima atención, ‘bah, chavales’, ‘total por un gato’, hubieran sido reacciones más que normales. Algo ha cambiado profundamente y es positivo, pese a que tengan que ser casos tristes como este los que traigan el tema a la actualidad. Se trata de maltrato animal tal y como se recoge en la legislación vigente y por ese delito la Policía Nacional ha imputado al autor. No es solo una gamberrada, es una agresión y así se percibe desde una nueva sensibilidad social. Por fin se comprende que un acto cruel, deliberado y sin empatía hacia un animal indefenso no solo causa dolor a ese ser sintiente, sino que puede ser el germen de otras violencias futuras. Es oportuno recordar que la Ley 7/2023 de protección de los derechos y el bienestar de los animales establece, en su artículo 75, que «dar muerte a gatos comunitarios fuera de los casos autorizados por esta ley» es una infracción muy grave, y como tal se debe abordar.