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No sé si han visto la película de los hermanos Marx en la que van en un tren y gritan «¡Es la guerra! ¡Traed madera!», mientras van desmontando el tren para alcanzar a unos forajidos. Pues ahora dos superpotencias están en guerra (de momento, comercial) para conseguir la hegemonía. Estados Unidos y China, con sus correspondientes vasallos o aliados. Un arma comercial son los aranceles. Todo lo contrario del libre comercio. La situación promete una escalada enloquecida en la que todos saldremos perdiendo. Iremos desmontando el tren para seguir la persecución, empezando por los vagones más económicos. El débil siempre paga las peleas de los ricos.

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Estados Unidos se defiende del fentanilo y otras formas modernas de agresión. La guerra ha cambiado tanto que pasa desapercibida si no hay tanques, misiles y soldados. El narcotráfico tiene hoy más poder que los Estados, que se han quedado anticuados frente a las grandes corporaciones. Hay una lucha por el control del Canal de Panamá y Groenlandia. El campo de batalla se ha desplazado al indopacífico. Los chinos quieren Taiwán.    Los grandes mueven sus peones y nosotros somos actores secundarios. Cuanto más desunidos, mejor para la competencia. Vulnerables y manipulables.

Los estados-nación se forjaron históricamente luchando contra un enemigo común. Eso cohesiona. Cuando el enemigo es interno se produce el efecto contrario: la disgregación. En esas estamos.