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Supongamos que tenemos una novela sencillita, con una trama trivial, algún asesinato misterioso, romance optativo y una voz narradora en primera o tercera persona, eso es igual. ¿Cómo podríamos complicarla un poco? Con constantes saltos temporales aleatorios. En lugar de narrativa lineal desde el principio hasta el final, le aplicamos un movimiento oscilatorio adelante y atrás, con pasos al lado para generar tiempos muertos, porque la vida, además de personas muertas, está llena de tiempos muertos. Añadimos entonces diversas tramas paralelas, que confluyan o no, eso también es igual. La cosa se ha complicado mucho, pero todavía es posible complicarla más. Por ejemplo, se añaden a la buena de dios capítulos descriptivos, ambientales y climatológicos, que no necesariamente tienen que corresponderse con los escenarios de la acción, así como monólogos interiores de quién sabe quién, porque eso dota de volumen y profundidad psicológica al texto, cuya geometría no euclidiana multiplica los niveles de lectura. Los diálogos son un buen recurso narrativo para esponjar el texto, como las croquetas, pero si no sabes hacerlas, mejor no intentarlo.

La súbita aparición de una voz narrativa en primera persona del plural (el enigmático ‘nosotros’ de Flaubert), si bien complica el asunto, su efecto no dura, y se parece demasiado al «como todo el mundo sabe» de los discursos políticos. La cuestión es que a estas alturas, con la adición de tramas paralelas (no euclidianas), personajes, saltos temporales al pasado y el futuro, descripciones y demás complicaciones, el texto ha engordado mucho, y es el momento de acabarlo de complicar extirpándole la mitad a voleo. Ya expliqué otras veces que a todo le sobra la mitad, sea una galaxia o una oración. Si se suprime algo importante, mejor, decía Kipling. Regla que siguió al pie de la letra el editor de Carver, inventando así el realismo sucio. Pero volvamos a nuestra novela. Tras complicarla y luego quitarle la mitad para mayor complicación, se raspa el resto con papel de lija. Esto vale para todo en la vida (todo es relato), no solo para la narrativa. Si no tienes nada que decir, complícalo. A Ferlosio le encantaba esta frase.