Patidifusa me he quedado al leer un artículo que trata de los olores de los diferentes lugares del mundo. Siempre me pareció que esto de los olores, aromas y perfumes tenía un punto de lirismo -o un lirismo exacerbado, incluso- y que en el fondo no tenía demasiado fundamento. Los poetas suelen ser muy dados a mezclar olores con sentimientos, sabores, vistas y hasta con el tacto de las cosas. Sí, es aquel recurso de la sinestesia, que ha dado lugar a asociaciones bastante peculiares. Porque la lírica es la lírica, y quién puede desmentir que el olor del jazmín sea triste… En fin, que este asunto de narices y olores da para bastante.
Lo más chocante para mí ha sido el hecho de que ya existan los llamados smellmaps (mapas de olores), que una especialista en el tema se encarga de clasificar. Esta mujer, muy británica, asegura que su ciudad natal huele a Winnie de Pooh y a bosque de los Cien Acres. Insólito. Y cada vez que viaja se entretiene asignando a las ciudades su olor particular. Si Marsella le huele a actividad comercial, Ámsterdam lo hace a incienso, y Marrakech, a mercado y a cuero de zapatos (como la calle Pandrossou de Atenas), por citar algunos ejemplos. En fin, que no hace falta tener la nariz del asesor colegiado Kovaliov de Gógol -dueño también de una nariz extraña-, para reconocer tales olores. Con una nariz respingona o incluso chata es suficiente. E. M. Forster escribió que «cada ciudad, permíteme que te diga, tiene su propio olor».
Siendo así, ¿a qué podríamos decir que huele nuestra ciudad? Seguramente alguien de fuera podría imaginarse que huele a mar. Sería lo más lógico al tratarse de la capital de una isla mediterránea. Sí, la verdad es que estaría bien. Sin embargo, no es cierto. Palma huele a marihuana. Lo habrán notado, me figuro. Es así. Qué le vamos a hacer…