Leyendo el último libro de Dolores Redondo, «Las que no duermen NASH», quedé seducida por una frase: «confía en mí». La madre de la protagonista, en el momento de su muerte, solo le deja a su hija esta frase, para que con ella pueda manejar todas las incógnitas que han quedado abiertas en su vida.
Durante años, una de las palabras que me repito a modo de mantra en los momentos complejos, en aquellos en los que parece que la sombra se apodera de mi pensamiento, es precisamente «confía».
Pensando en ello me encontraba en la puerta de embarque de un vuelo de vuelta a casa, cuando «aparcaron» a mi lado a Maritiña, una señora que viajaba con asistencia en silla de ruedas. Una gallega a punto de cumplir sus 90 años que me habló de «confianza». Una vez más, la mágica serendipia volvía a aparecer en mi camino.
Su vida ha sido un pequeño campo de minas y su superación constante se ha basado en la confianza. «En la vida no hay que perder la confianza, ¡nunca! porque siempre se produce la magia. Si confías, llega lo esperado. Hay que tener paciencia y confiar», afirmó con un acento gallego que no la ha abandonado tras sus 50 años de vida en Venezuela. Lo suscribo todo, y añado: con actitud comprometida, abierta y sin dejar de ‘remar’ hacia el horizonte visualizado.
Hay una confianza como la que la madre le pide a Nash en el libro. Una confianza en las personas que es difícil de construir y de mantener en el tiempo, pero que, si se consigue, fragua relaciones sólidas y duraderas.
Hay otra confianza importante, y que hoy falla estrepitosamente, esa que depositamos en nuestros políticos para que construyan una sociedad próspera, justa y pacífica, esa que se desvanece cada día con el insostenible enfrentamiento personal que marca la falta de respeto hacia la ciudadanía.
Hay una confianza importantísima para mí, aquella que tienes la suerte de sentir con las personas con las que trabajas, con esas personas auténticas que te tocan como jefes y resultan ser verdaderos líderes.
Pero la confianza más importante, la que más nos cuesta y en la que hay que trabajar largamente en la vida, es la que se tiene en uno mismo. Esa que permite tomar decisiones difíciles y lograr nuestras metas. La que te proporciona la autoestima y con ello la fortaleza para vivir tu día a día.
Además, considero la importancia de la confianza espiritual, no solo en nosotros mismos sino en algo superior que nos guíe y nos dé fuerza en momentos de dificultad. La confianza espiritual puede ser un pilar fundamental para mantener la fe y la esperanza en el camino de la vida. He de reconocer que en mi mantra hay más de espiritual que de personal.
Quizá por eso, tantísimas personas se han sentido gratuitamente heridas por la injustificable banalización de un signo espiritual, profundamente religioso, que hizo la presentadora de las campanadas de fin de año en RTVE, en unas fechas que celebramos por ser, precisamente, religiosas. Es fundamental entender que cada persona tiene sus propias creencias y valores, y que es importante actuar con sensibilidad y consideración hacia ellos, máxime desde un espacio público. Vivimos en una sociedad laica, pero con unas costumbres arraigadas a nuestra historia que justamente son las que nos permiten el alborozo de la Navidad, donde la confianza en que todo irá mejor da paso al nuevo año.
¡Confiemos en él!