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La gente empieza a comprar y regalar participaciones de lotería de Navidad. Porque, en estos casos, lo importante es participar y soñar en lo que harías si te tocase el gordo. Si yo fuera rico… en cambio, los ricos suelen pensar: si yo fuese feliz. Aunque la lotería siempre les toca a otros, no deja de tener su gracia oír a los niños de San Ildefonso cantando monótonamente los números de las bolitas. En estos tiempos trumpianos, sanchistas y putinescos, parece que nos acercamos al famoso «sálvese quien pueda» y vemos el dinero como un salvavidas. El azar nos coloca frente a desgracias y golpes de suerte, pero lo importante no es el azar ni lo que sucede a nuestro alrededor, sino lo que uno lleva dentro y le permite interpretar a su manera lo que aprende y lo que vive. No importan tanto los caprichos del destino, como los tesoros inmateriales que vamos acumulando en nuestro paso por la existencia.

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Lo que hace que una misma realidad se convierta en algo único e irrepetible, es la variabilidad infinita del alma humana. Tenemos muchas cosas en común, pero no somos idénticos. De ahí que podamos aprender unos de otros. De ahí el misterio del amor. La necesidad de vivir en sociedad explica que nos sintamos tan desvalidos cuando nos falta el calor humano. Que busquemos compañía. O que compremos lotería.

Cada persona es diferente a las demás. Mientras algunos esperan que les toque algo, otros van a buscarlo.