El cielo amanece sombrío con sus nubes cariacontecidas antes de las siete de la mañana, cuando me levanto. Con los años, como advirtió Josep Pla, duermo menos. Bajo las escaleras y acudo en vela en busca de «Es Diari», rito cotidiano, que abordo por la contraportada mientras saboreo un café, sin el cual esa liturgia solo sería contemplativa. Grageas matutinas. Un correo me invita a una conferencia. Una docta periodista, con su sonrisa como divisa, hablará del periodismo que se vive en el momento, porque el presente es su materia prima.
Temo haber perdido la capacidad para encuentros nutridos. Acudo tras vencer figuraciones. Cuando hablan de quién mueve los hilos, evoco a J.K. Galbraith en el momento de señalar: «Un economista al servicio de un gran banco de NY no suele arriesgarse a proponer conclusiones contrarias a los intereses de la firma» (1). La conciencia marca el límite o debería… Nunca me salen los artículos con la fluidez que me gustaría y decaigo al son de las neuronas en clausura. La movilidad por dentro y por fuera se ha vuelto morosa. Lo que me incita a consumar este artículo ha sido rumiar lo que se ha dicho: es peligroso volver la espalda a la evidencia como lo es encaramarse en noticias que crean confusión. Separar el grano de la paja. La IA entre bambalinas. Vuelvo a casa. Bajo la basura. Italo Calvino escribió cosas hermosas sobre sus pensamientos al bajar el cubo de basura. No es el caso. Grageas del atardecer. Acabo.
(1) «Introducción a la economía». Ed. Crítica. Barcelona, 200