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Soy mayor, pero no soy vieja. Esta es la realidad de muchas personas mayores en nuestro presente, no son viejas porque no se sienten y no viven como tales.

Una persona de 60 años en el siglo pasado, ya era considerada vieja. Los achaques y las arrugas eran suficiente pretexto como para ir apagando poco a poco los proyectos y los anhelos. Empezaba la andadura hacia la vejez, a la que seguía la ancianidad.

Hoy, una persona que recorre la década de los 60 a los 70 se asemeja a lo que en aquel entonces era alguien de 50 años. Parece que hemos «rejuvenecido» una década.

Es fácil encontrar a esta gente mayor con proyectos profesionales y personales ambiciosos. Diversos factores como la alimentación más consciente y saludable, el ejercicio, los autocuidados, la rotura de prejuicios trasnochados... hacen que nuestra salud sea mucho mejor y aumente nuestra calidad de vida y nuestra vitalidad.

Algunos prefieren jubilarse cuando llega su momento legal, que coincide con esos 65 años, y aprovechar su tiempo en viajes y actividades. Viajes que, dicho sea de paso, se ofertan con interesantes condiciones a sabiendas de que son personas aún activas que buscan alicientes, al tiempo que se valora su capacidad económica. Hay otros que, teniendo la posibilidad, prefieren seguir en su actividad profesional, quizá por ser una pasión más que una profesión.

La experiencia y la sabiduría de las personas mayores es un valor al alza y muchas empresas son firmes defensoras de ello. Aún así, existe una resistencia grande para contratar personas que pasen de los 50 años, es el fenómeno denominado edadismo, o discriminación por edad, y constituye un desafío persistente. Hay un movimiento firme para promover la inclusión laboral de las personas que han rebasado el medio siglo. La Fundación Adecco, defiende esta contratación como una medida justa que, además, potencia la economía. La llamada «silver economy» reconoce que los mayores no solo son consumidores activos, sino también trabajadores valiosos que pueden contribuir significativamente a la sociedad.

Otras entidades, como la Fundación Más Humano, centran su acción en las personas mayores de 50 años desempleadas. Llevan a cabo programas para trabajar su talento y su target de impacto se cifra en más de 45.000 «séniors», como ellos los llaman.

Pero las cifras nos ponen delante de otra realidad: la del envejecimiento de la sociedad. Somos más longevos y, ante la baja natalidad que tenemos, hay más personas mayores que niños o jóvenes, y esto sí que supone un problema a medio plazo.

En este momento, el 20,4 por ciento de la población española tiene 65 años o más, y se espera que este porcentaje crezca hasta el 30 por ciento en 2030, alcanzando el 30,5 por ciento para 2055. Esto significa que habrá un gran aumento en la tasa de personas con dependencia, que alcanzará su punto máximo en 2052, cuando se espera que haya un 75,3 por ciento de personas mayores de 64 años o menores de 16 respecto a las personas en edad laboral (16 a 64 años).

La esperanza de vida sigue en aumento. En 2022, alcanzó un récord de 83,1 años y se prevé que para 2070 las personas que superen los 100 años se multipliquen, pasando de 14.277 a más de 226.000. Este cambio demográfico plantea desafíos, pero también es una oportunidad para valorar y cuidar mejor a nuestra población sénior.

La Sociedad Española de Geriatría ha participado en el estudio sobre el envejecimiento elaborado por la Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso de los Diputados.

Este estudio, titulado «Informe sobre envejecimiento: el cambio que viene», es un amplio y completo trabajo sobre el envejecimiento de la sociedad, la nueva pirámide demográfica, así como el estado de la actualidad y las necesidades de este grupo de población que abarca distintos capítulos sobre edadismo, el bienestar psicológico y emocional, las nuevas tendencias por las que las personas mayores prefieren vivir en sus domicilios, la soledad no deseada, el entorno, la brecha digital, la prevención de enfermedades crónica, y la prevención de la fragilidad, entre otros.

El informe destaca la necesidad de adaptar el sistema de pensiones y el sanitario para enfrentar el creciente número de personas mayores. Actualmente, hay una notable falta de geriatras en el Sistema Nacional de Salud, lo que limita la atención especializada que estas personas requieren.