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Es el ambiente que me ha llevado a ello. Cansado, quizás de tantas noticias desagradables. Las que más las que se refieren a los mayores, a los de mi edad. Vivir no es un verbo seguro. El baluarte de la biografía es casi siempre lo que no se ve: las conquistas íntimas, los gozos privados, la fe en las cosas que importan que, en verdad, son tan pocas. Ninguna filosofía es más profunda que la de aceptar lo que somos. Y yo, soy de pueblo. Hoy siento nostalgia de tiempos que se fueron y sueño con mi pueblo y que soy un hombre del campo; que me despierto con el canto del gallo cuando el alba ha comenzado a rayar; que arranco las malas hierbas del modesto predio; que suenen las campanas de mi pueblo que tanto añoro; que celebro la matanza en compañía de familiares que ya murieron hace décadas; que piso las uvas que luego me brindarán un vino un poco agrio; que bailo con las chicas del pueblo en las fiestas del patrón; que vuelvo a casa y me quedo mirando la lumbre de la chimenea que se apaga, pensando si pedirle la mano a la rubia a la que ni siquiera me he atrevido a tocar con mis manos rudas y encallecidas; y que, mirando la lumbre, me quedo dormido, como un bendito de Dios. Hasta que un gato me trepa por las rodillas y me advierte, de que es hora de meterme en la cama. Y entonces me despierto. Fuera, en la calle, está lloviendo.