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Quiero creer que la competitividad y la envidia vienen encapsuladas en algún gen todavía por descubrir y yo nací sin él. Por eso detesto el deporte. Durante semanas he padecido la fiebre futbolera de la mañana a la noche, el tenis, el dichoso Tour de Francia y en nada estaremos otra vez con la matraca de la Liga de las narices. Me parece genial que esas personas dediquen su vida a correr de un punto a otro del campo persiguiendo un balón, incluso que ganen millones por ello, lo que no comprendo es que una auténtica legión de seguidores pierdan tantas horas mirando la pantalla para observar y festejar sus lances y lleguen en casos extremos a matar a hinchas del equipo rival. Es como pertenecer a una secta, que desde fuera no se entiende, hay que tener el cerebro muy lavado para integrarse en esa manada. Visto con frialdad, todo resulta lamentable.

Para empezar, porque muchos de esos futbolistas barriobajeros han mostrado abiertamente que son unos fachas de cuidado. Homófobos, machistas, racistas… lo tienen todo. Y para continuar, porque a rebufo de su mierda de competitividad se han desatado agresiones verbales de un mal gusto infinito. Todos sabemos que el fútbol de élite hace muchísimo que dejó de ser un deporte para convertirse en un negocio fabuloso. Y donde manda el dinero, lo demás carece de importancia. Que en todos los clubes haya más jugadores negros que blancos es obvio, porque físicamente son superiores. Así de simple. Y eso es lo que hace pupa a gente que no sabe ni dónde tiene el pie. Los argentinos insultan a los franceses, miles de españoles se burlan de los jugadores de la Selección de procedencia extranjera… ¿qué es esto? ¿De verdad necesitamos encumbrar a toda esa gentuza?