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Me sabe mal por ti porque muy probablemente este «Asseguts a sa vorera» no te interesará o te interesará muy poco, si es que algún día lo hace. Hace unos días, un corredor de montaña falleció en mitad de una carrera tras despeñarse en una zona con 100 metros de caída en las montañas de Somiedo, en Asturias. Fue un mazazo porque es algo que sí, que puede pasar, pero que afortunadamente no pasa casi nunca, como en muchas otras disciplinas deportivas y escenarios de la vida. El problema, como te digo, es cuando pasa.

La noticia me pilló trabajando, precisamente, en otra carrera, en Vall d’Aran, donde participaron miles de corredores en recorridos que iban desde los 15 Km a los más de 160 Km. En realidad, da igual el tamaño del reto y los kilómetros, lo importante es lo fuerte que te hace latir el corazón y lo especial que te hace sentir.

Esa muerte, sin conocer al corredor, me resultó especialmente dolorosa porque cuando trabajas en eventos como este o cuando haces de spekaer o animador de carreras, firmas un vínculo muy especial con los participantes que están al otro lado ansiosos por empezar la lucha por su reto. No los conoces a todos, pero extrañamente ya forman parte de tu familia deportiva. A veces no hace falta para encontrar a un hermano, basta con compartir la pasión, el amor, el respeto y todo lo que te provoca, por ejemplo, perderte un rato por la montaña venciendo a esos demonios que intentan convencerte de que no eres capaz.

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Cuando doy una salida es un momento tremendamente especial y sentido porque arrancas la aventura de muchas personas que llevan tiempo esperando ese momento y que, lamentablemente, les pasará mucho más rápido de lo que se imaginan, al margen de la distancia. Pero das la salida a todos y para todos esperando que todos regresen a línea de meta. No cabe en tu cabeza, ni en la de cualquier otra persona, que un desafío así se tiña de tragedia, aunque puede pasar. El problema es cuando, como en este caso, uno no regresa.

Lo explicaba, horas después, el speaker del evento, el genial Chito Ronda, que sentía un vacío especialmente doloroso y sin consuelo porque no todos habían regresado a meta. Por proximidad laboral y empatía humana me dolió especialmente su dolor, que sentí como propio, como si, en alguna extraña cábala del destino algo de lo que pasó hubiese podido ser culpa suya o se hubiera podido evitar.

El destino no depende de nadie, amigo Chito, ni es justo. Las cosas pasan con menos explicaciones de las que nos gustaría. Pero tenemos que levantarnos y seguir, porque la vida es igual de complicada que una carrera de montaña.