El día tres de enero, don Cenizo Gómez redactó su carta a los Reyes Magos con tono amenazador: si los sabios de Oriente no cumplían con sus demandas y volvían a fallarle, dejaría de ser monárquico para mudarse en republicano. Don Cenizo lo explicitó en los siguientes términos: «Pongo en su conocimiento que de no ver satisfechas mis peticiones, en 2024 me pasaré a la competencia, a Papá Noel...». Epístola en mano, el Sr. Gómez, que no entendía de nuevas tecnologías, abandonó su domicilio en busca de un buzón. Tras horas de pesquisas encontró uno, deprimido y somnoliento; un buzón metido a filósofo que se preguntaba –y con razón- qué sentido tenía su vida y qué futuro le aguardaba... Conmovido, don Cenizo depositó en sus entrañas la carta y luego abrazó con ternura el cuerpo amarillo del desahuciado… ¡Tenían tanto en común!
El cuatro de enero, don Cenizo evocó la Epifanía del año anterior: le habían obsequiado un batín a cuadros, unas zapatillas, una boina y un bastón. Esos objetos, por separado, no resultaban alarmantes, pero, en su conjunto, eran motivo de desasosiego al constituir el kit perfecto del jubilado. «¿Será así como me ven? ¿Como un carcamal?» –se inquirió, inquieto-. Pero la cosa empeoró cuando halló en uno de los paquetes una nota firmada por sus Majestades: «Lamentamos no poderle adjuntar un juego de petanca. Agotadas existencias». El Sr. Gómez se dijo para sus adentros que los Magos habían cambiado y que poseían, en la actualidad, muy mala leche... Teniendo en cuenta, por ende, que el texto estaba repleto de faltas de ortografía, supuso que habrían sido víctimas de las continuas reformas educativas de este país –o del suyo-, este país en el que «las reformas –como dijo Serrat- nunca se acaban y siempre llegamos tarde a ninguna parte».
Día cinco. Don Cenizo se levantó nervioso. ¿Le darían lo solicitado? A la postre no pedía mucho: tres millones de euros, una moza de muy buen ver y acceder a una conselleria... ¿Se habría excedido? Perfecto Borrego, un amigo suyo, le hizo ver que se conformara con lo primero, que con tres millones de euros lo demás ya vendría dado... Don Cenizo pensó que Perfecto tenía razón y remitió una nueva carta en la que reducía sus querencias. Cuando el buzón lo vio por segunda vez tuvo un subidón de adrenalina. Su vida, a la postre, todavía tenía sentido...
Anochecía. Don Cenizo cumplió con la liturgia eternamente repetida: tres vasos de agua para los camellos y tres copas de coñac para los magos yacían expectantes bajo la ventana del comedor. Por la calle, los padres deambulaban agotados con sus hijos y sus respectivas esposas. Los que habían tenido peor suerte gozaban, incluso, de la compañía de sus suegras. Con la VISA en la UCI, quien más quien menos verbalizaba la misma frase: «Tengo unas ganas locas de que esto se acabe». Don Cenizo, al escuchar esa expresión repetida, se dijo que algo se estaba haciendo mal cuando unos días proclives a la solidaridad habían acabado por mudarse, para muchos, en verdadero tormento...
El Sr. Gómez durmió mal. O, por mejor decir, no durmió. Se levantó de la cama de manera intermitente para descubrir si sus Majestades habían pasado por su domicilio. En cada uno de esos intervalos decepcionantes, don Cenizo engullía las copas de coñac, que rellenaba a posteriori ajeno al desaliento... Finalmente, y tras dar buena cuenta de una botella de Soberano -¡cosa de hombres-, el Sr. Gómez logró dormirse... Serían las siete de la mañana cuando un roce le despertó. Sobre la mesilla anidaba una pastilla azul y un juego de petanca. Al volverse, contempló el cuerpo de una moza a su vera y, sobre el suelo, un maletín con tres biblias según expresión famosa de cierta dama catalana…
Y ese fue el momento efímero en que don Cenizo decidió ser monárquico de por vida. Aunque se trató, sí, de un mero instante, de un fugaz sueño etílico. La moza desapareció, la maleta se volatilizó y la pastilla azul emigró... En el dormitorio únicamente quedaba una botella de coñac vacía... ¡Maldito Soberano!
El próximo año, definitivamente, se pasaría a Papá Noel...