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Primero fue aquel, vicepresidente del gobierno entonces, con lo de naturalizar el insulto a periodistas y ahora ha sido el otro, ministro del mismo gobierno, con lo de naturalizar el indulto a los golpistas. Y entre insulto e indulto se mantiene el impulso que el jefe de ambos necesita para mantener la máquina en marcha de un gobierno aliterante, esa figura que según la RAE consiste en la repetición de una o varias letras para producir armonía imitativa. Qué bonito.

Juan Carlos Campo nos ha pedido que los indultos a los condenados por el ‘procés' sean vistos con naturalidad, tanto sin son totales como parciales, que los veamos, vaya, con la misma naturalidad con la que seguimos la parafernalia de la proclamación de la república catalana. La intervención del ministro lo que revela es que sacará de la cárcel a Junqueras y a su cuadrilla, conditio sine qua non para mantener el aliento parlamentario del equipo de Sánchez, largo de carteras y corto de respaldo.

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Es la política de lo natural, porque “las penas, según nuestra constitución, tienen que estar orientadas a la socialización de los delincuentes, de todos los delincuentes”, ha explicado Campo. Y seguramente por ese motivo hasta ahora se ha utilizado el indulto para sacar del trullo a padres de familia que fueron condenados tarde por delitos cometidos años atrás y de los que dieron muestras de arrepentimiento.

No se ha utilizado para pagar favores políticos a quien, como ocurre en el caso, ha reafirmado el desafío ante los jueces con el famoso ho tornarem a fer. Es una diferencia sustancial porque sin arrepentimiento no hay la socialización que el ministro esgrime como pretexto, la diferencia que separa a Hobbes de Rousseau, entre 'el hombre es un lobo para el hombre' (homo homini lupus) del primero y 'el hombre es bueno por naturaleza' del segundo.