Dolores mira su reloj. Son las 5.58 de la mañana. Recuerda el punto tercero del compromiso que ha contraído como profesora con el Consejo de Educación: no salir de casa antes de las 6. Aguardará dos minutos para dirigirse a la escuela. Se pregunta, en ese intervalo, como accederá a ella sin cruzarse con macho alguno. De hecho, el apartado dos deja muy a las claras que «no puede andar en compañía de hombres». Un encuentro fortuito podría malinterpretarse y hacerle perder el empleo y las setenta y cinco pesetas mensuales...
Aprovecha esos dos minutos para observar su indumentaria. Coge una cinta métrica y mide su vestido. Cumple la exigencia décimo segunda: cinco centímetros –y no más- separan el final de su falda con el tobillo... Satisfecha, la docente comprueba que sus ropas no son de colores brillantes, que no se ha teñido el pelo y que lleva dos enaguas. Las normas novena, décima y undécima se cumplen, por tanto, a rajatabla. Dolores, en esos dos minutos, se pregunta qué ocurriría si no fuera así: si fueran seis, y no cinco, los centímetros; que fuera una y no dos las enaguas que sepultaran su bello cuerpo de mujer recién hecha; que su pelo estuviera tenuemente teñido... ¿Quién sería el encargado de efectuar las pertinentes comprobaciones? ¿El presidente del Consejo de Delegados? «Pues… ¡Menudo salido!» –se contesta-. «Sobre todo en el tema de las enaguas» –continúa.
El reloj de su vivienda, de cuco, da las seis... ¿Y si adelantara? Toda precaución es poca. No desea perder su primer trabajo. Esperará... ¡No vaya a espicharla!...
Dolores –nombre apropiado dada su coyuntura- sale finalmente de la vivienda y anda zigzagueante para obviar la presencia de hombres en amaneceres de grises y sombras. No obstante –cae en la cuenta de ello, ahora- ese extraño modo de caminar puede malinterpretarse. Tal vez haya quien diga que la maestra iba borracha, ya de madrugada... ¡Dios! De hecho, don Segismundo Torquemada, presidente del Consejo, la conminó a no frecuentar heladerías (apartado cuarto) y a no beber whisky, ni cerveza, ni vino (punto séptimo). «Eso, como ha sido siempre y así debe seguir siendo, es cosa de hombres» –le espetó, contundente-. También le aclaró la exigencia contemplada en el epígrafe sexto: «No fumar cigarrillos»...
- Una mujer que fuma –pontificó- no es mujer decente. Solo las señoritas que trabajan en los bares con lucecitas de colores, solo las que aguantan farolas, solo las que...
- ¡Cuánto sinónimo, don Segismundo! –le respondió Dolores, entonces-. Usted sí que entiende de esas cosas...
Pero don Segismundo, que era hombre de pocas luces, no ‘pilló' la ironía...
Dolores llega a la escuela. Cumplirá el precepto decimotercero y sus correspondientes subapartados: a, b y c. A saber: barrerá y fregará el suelo y limpiará la pizarra... Aunque maestra, Dolores no deja de ser mujer...
Son las 6'45. A las 7 –y no antes- encenderá el fuego para calentar la clase... La maestra repasa los mandamientos que garantizan una educación moral, ejemplarizante... No lleva maquillaje. Por ahí no la pillarán (apartado décimo cuarto). Tampoco irá en compañía de hombres (punto segundo)... No viajará en coche en compañía masculina... No...
A las 8, Dolores compara el aula –y su vida- con un ataúd... Cosas del subconsciente... Y seguirá así, jornada tras jornada, hasta que un espejo, tardíamente, cruel, le muestre la imagen de una solterona sin aurora que un repugnante machismo dibujó a principios de siglo...
En el día de hoy, las Dolores no llevan enaguas, pueden frecuentar heladerías, pueden maquillarse... Pero... Pero cobran menos que el hombre por el mismo trabajo... Pero no acceden, por lo menos en vuestro país, a la presidencia del Gobierno... Pero sus posibilidades para casi con todo son menores a las que poseen sus compañeros...
Y es que, a la postre, hay diversos tipos de mordaza...