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Don Fulgencio, el guía, exhaló un «¡Uf!» antes de iniciar su acostumbrada perorata sobre la –supongamos- Menorca del siglo XXI. Los cursillistas permanecían expectantes, anonadados… Imagina/imaginen que se hallan en 3.019. Es un decir… O en 4.019, si les apetece más…

- ¿Y eso? –osó preguntar uno de los asistentes-.

- Se supone que –respondió con cansina voz don Fulgencio- son los vestigios de una carretera general que, tiempo ha, unía o debería de haber unido dos relevantes ciudades… La susodicha nunca llegó a terminarse, permaneciendo, permanentemente, en obras. De hecho, algunos la denominaban «La Desdichada» y otros «La Inconclusa», como la famosa sinfonía de Schubert. Cuando algunos políticos de los años 2000 accedían al poder, modificaban su trazado e iniciaban variantes que alteraban, cuatro años más tarde, sus oponentes ideológicos y viceversa… Básicamente por jorobar… De ahí que, en la Menorca talayótica del siglo XXI, puedan contemplarse ciento veinte pedazos de puentes inacabados y ciento cincuenta medias rotondas. No en vano dijo una ínclita ministra que «el dinero público, al fin y al cabo, no es de nadie.» ¡Angelito!

- ¿Y eso otro?- continuó el cursillista interrogador-.

- Es lo que queda de un túnel. En puridad se trataba de efectuar un pequeño desvío para que el tráfico no pasara por el pueblo que ustedes pueden ver ahí abajo, pero la cosa -¡pobrecitos!- se les fue de las manos…

- ¿Y a cuenta de qué tantas cererías en todas las localidades?

- Por lo del apagón. Sucedió hace dos siglos. En 2.018 hubo uno de proporciones inusitadas, impensables. La Ministra del ramo prometió entonces enmendar la plana y garantizar el suministro eléctrico de la isla «per secula seculorum», pero ya saben… Los términos «palabra» y «político» son antónimos. Con posteridad, efectivamente, se desdijo. Por ello, y aunque era atea, le rogaba diariamente a San Judas Tadeo, patrón de los imposibles y de las causas perdidas, que evitara otro cap de fiblo. San Judas -¿para qué engañarnos?- no le hizo mucho caso… Y es que San Judas, al igual que Santa Barbara, comenzaba a estar ya un poco harto de que sólo se acordaran de él cuando tronaba… Al año siguiente hubo otra caída de energía… Sucesivamente, 102 ministros aseguraron que eso no volvería a ocurrir… Los 102 ministros se equivocaron. Por eso, los menorquines decidieron renunciar a la electricidad y optaron por la cera y por métodos más primitivos. El WhatsApp se sustituyó por los cotilleos de los patios de vecindad, internet por el alguacil con trompetilla, la televisión por las sombras chinescas, el cine por los cotilleos de las viejas beatas y los correos electrónicos por las idas y venidas de Manolillo, el tonto del pueblo, aunque, en opinión de las mozas del lugar, el susodicho, de tonto, tenía poco…

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- A very curious thing –manifestó ese inglés con chancletas que nunca falta en excursiones culturales de esta índole-.

- Of course –respondió don Fulgencio, pavoneándose de su parco inglés-. Of course…

Ya en la zona de Levante, doña Remedios –una vieja bizca y un tanto beoda- le preguntó al ilustre guía -del que se había secretamente enamorado- por unos noventa cubos de cemento que se hallaban cercanos al puerto de una ciudad…

- Esos noventa cubos, señora, son los restos de los noventa intentos de construir un ascensor que conectara el puerto con la ciudad, con su plaza de Don Mirón… Todo quedó en algo virtual. Aunque el Ayuntamiento, eso sí, y en época electoral, sembró algunas macetas en una explanada y taló algunos árboles… También veló por señas de identidad y cuestiones relacionadas con símbolos varios que ondeaban en trenecitos turísticos que coqueteaban con la ciudad…

- ¿Y el pueblo callaba?

- Se entretenía… Por aquel entonces la ciudad todavía tenía una «hermosa electricidad» y «wifi»…

- They were crazy… Mi no comprender –espetó el inglés-.

A lo que don Fulgencio se contestó para sus adentros: «¡Pues anda que yo!».