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Manolo era, ante todo, un buen hombre e inmejorable padre. Extremeño, casado y con una hija quinceañera, Ana, Manolo se dejaba diariamente la piel en su vaquería. Cuando finalizaba la jornada se aseaba y se sentaba en el porche de su vivienda, donde la naturaleza, aún no mancillada, venía a visitarlo. Pegaba la hebra y se fumaba luego el pitillo, que le sabía a gloria, mientras hacía planes de futuro para la pequeña. Su hija había crecido en esos parajes maravillosos, olvidados, como suele decirse, de la mano de Dios. Y había sido –lo sabía- feliz, repleta, como su progenitor, de bonhomía... No obstante, la cosa se había complicado: la adolescente había finalizado ya sus estudios de Bachillerato y quería convertirse en profesora. Mauricio, el secretario del ayuntamiento –toda una autoridad en un pueblecito de tan solo quinientos habitantes- le recomendó que, como paso previo al inicio de sus estudios universitarios, enviara a la muchacha a una academia privada nacional de prestigio y a la que acudían las proles de las gentes más relevantes del país. Manolo rumió que aquello no era mala cosa. Así que, sin pensárselo, y para sufragar gastos, vendió a la Ramona, a la Paca y a la Segismunda –sus tres vacas preferidas- y mandó a Ana a la susodicha academia...

Tras unos meses –en los que las llamadas se habían ido significativamente espaciando-, la hija regresó a casa. Todo, en ella –se dijo Manolo-, era ya distinto y denotaba innegable menosprecio hacia su antiguo hogar. Le dijo a su padre que había volado en clase business y que esperaba que eso no le importara. Era más cool y ella ya era, of course, una vip. Le añadió que su look era fashion, gracias a sus jeans y a sus shorts, que había adquirido, horas antes de su regreso, yendo de shopping. Por cierto –le añadió a Manolo- «me he enamorado de un top model que acaba de realizar un banner y que está siempre trendy.

Antes de mi partida le he regalado unos slips muy in. Todo de brand. Lo he conocido en un casting para un show en prime time, durante la comida, en la que hemos compartido juntos un sandwich. Hay feeling entre nosotros, father. No serán un hándicap ni sus hobbys de riesgo, ni el hecho de que le haya exigido a ella que se haga un lifting, que tendrá que pagar en cash. Y es que estos médicos no se fían ni de la mother que los parió. Es, father, un single encantador, amén de esponsor, alma mater de un importante business y manager de un conocido e influyente lobby. Su empresa es una start-up prometedora. Y si te hablan mal de él no dudes de que se trata de algo fake... Es, oh my Goodness!, mi coach particular, incluso en sex... The other day me leyó un fragmento del Kamasutra en su ebook... Por cierto, papi, deberías redecorar el hall, es so sad!»

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Manolo se quedó tieso. Pero, ¿qué me está diciendo esta? –se inquirió para sí mismo-. Aunque todavía quedaba lo peor. Anita, que ahora se hacía llamar, al parecer, Susanne, porque quedaba más guay, le comunicó a su padre que había renunciado a sus estudios y que quería montar en Notting Hill, London, un gimnasio, en el que, bajo la dirección de su coach y amante, Johnny, se darían todo tipo de servicios. A saber: Pilates, Tae-Bo, Aerobox, Jukari, Aquaerobics, Aerobics, Fitball, Spinning, Step, Stretching, Power-Jump, Bosu, Body jam, Trx, Cross Fit, Body Pump y Zumba...

Manolillo pensó, entonces, que la que estaba realmente zumbada era su hija. Como decía el escritor, polígrafo y franciscano catalán Eiximenis «no hay peor enemigo de un payés que aquel que ha dejado de serlo». Y, tras caer en la cuenta de que su niña era todavía menor de edad, solicitó un préstamo bancario, recuperó a la Ramona, a la Paca y a la Segismunda, sus vacas, y puso a Ana/Susanne a cuidar de la vaquería de por vida.

Aunque, a ese oficio, y para satisfacer a Susanne, el bueno de Manolo lo denominó, a partir de entonces, cowing...