Desde que te jubilaste, padres y madres se acercan frecuentemente a ti para pedirte consejo sobre los estudios de sus hijos. Como si la jubilación infundiera más sabiduría a quien la disfruta, cuando lo único que le otorga es más edad. Y un mayor número de recetas. Aunque –todo sea dicho de paso- la vida y el paso de los días confieren a los hombres eso que da en denominarse experiencia. Sin embargo, hay ancianos imbéciles y jóvenes maduros; niños perversos y muertos que no gozan de santidad…
Pero, por querencia, cuando te consultan, contestas y das lo poco que puedes dar. Con la sinceridad y libertad que sí te aporta, aquí sí, tu nuevo estado...
Hace poco te abordó una madre llorosa para confesarte que su hijo, un alumno excelente, había optado por cursar Formación Profesional y no un Bachillerato. Estaba desesperada. Conoces a Ramón, su hijo, a ese Ramón que no se llama Ramón pero que es real. Y sabes de su talento, capacidad de trabajo y exquisitez humana. Ante aquella mujer desolada le formulaste una pregunta retórica: «¿Y dónde está el problema?»...
El problema está en que persiste al respecto, aún, en esta sociedad elitista y estúpida, un grave prejuicio. El que considera que los estudiantes que destacan han de matricularse forzosamente en Bachillerato y cursar luego una carrera universitaria y aquellos que no son tan 'brillantes' han de refugiarse, ineludiblemente, en F.P. En roman paladino: existen unos estudios para listos y otros para tontos. Este hecho, constatable, falso, te resulta repulsivo. Incluso hoy, en los consejos orientadores, se sigue, en ocasiones, por ese camino y se dictamina, temerariamente, que los que andan cojeando han de optar por módulos. No es nada nuevo: ese racismo ya existía en la Grecia clásica, donde se menospreciaba al que ejercía un oficio manual y se sublimaba a quien desempeñaba un trabajo intelectual. «Mano y cerebro en la Grecia Antigua» de B.Farrington (Ayuso, 1974) es, en este sentido, un texto ampliamente ilustrativo...
Estamos ante un verdadero drama. Igual dificultad y dignidad tienen los estudios de bachillerato que los de F.P. Aunque, incluso desde el poder, se siga insistiendo en lo contrario. El alumno, ante la disyuntiva de qué estudiar, solo ha de optar por aquello que le motive y entregarse a esa opción con trabajo, dedicación y amor. Da igual lo que sea. Porque el respeto social y el reconocimiento no se alcanzan por lo que uno hace, sino por cómo lo hace. El trabajo supone un porcentaje importante de la vida de un ser humano y, en este sentido, acertar con la elección laboral es crucial.
No valoras a alguien por su oficio. Y te da igual un fontanero que un notario. Lo único que exiges es que ese fontanero y ese notario lo sean por vocación y, al serlo, sean así felices. Pero –temes- la Formación Profesional sigue siendo la Cenicienta de los diversos sistemas educativos y en la mentalidad de una sociedad burguesa que juzga a la persona no por lo que es, sino por la 'categoría' de lo que hace y por lo que gana. ¿Nada ha cambiado desde la Grecia clásica? Exigirías, pues, que los estados modificaran ese estado de opinión –tan hábiles ellos en estos menesteres- y mimaran esos estudios, dotándolos de modernidad y recursos. La dificultad de un módulo –por ejemplo- puede ser muy superior a la de cualquier Bachillerato y catapultar al estudiante a un futuro prometedor...
La madre se te quedó mirando. Le dijiste que se asegurara de que lo de su hijo iba en serio y que, de ser así, respetara su decisión. Y que le ayudara en su travesía. Porque repites –y a conciencia- igual dignidad tienen todos los estudios...
Antes de despedirse te miró como quien mira a un loco. Te había pedido un consejo. Y se lo diste. Ahora está en su mano aceptarlo o no. Lo único que esperas es que Ramón pueda estudiar lo que anhele estudiar, se mude en un magnífico profesional y siga siendo el buen hombre que es. Porque andáis muy necesitados tanto de lo uno como de lo otro...