Por si alguien se ha quedado con la canción de democracia débil, no nos representan o yo no aprobé esa constitución, en apenas unas semanas ha podido comprobar que la democracia es fuerte y se perfecciona con el buen uso de sus poderes.
Tres ejemplos. Se ha cambiado el Gobierno con plena normalidad sin mediar elecciones; se ha echado mano de un artículo -de forma timorata, ciertamente- para cortar las alas a quien unilateralmente decide cargarse las reglas de juego y, tres, los jueces han enviado a la trena igual a una pandilla de sinvergüenzas que al yerno del Rey. Habrá que decirlo otra vez, democracia no es poner urnas de plástico o de plexigás cuando surge una ocurrencia sino contar con una ley de leyes que garantiza libertades y derechos que cuando sea preciso hagan arte lo posible.
Del abanico citado, lo más trascendente ha sido esa conclusión general de que la justicia es igual para todos al conocer la orden de ingreso en prisión de Iñaki Urdangarín. ¿De verdad es igual para todos? Yo creo que no, pero lo parece, ese es el mérito.
La ley es como una tela de araña que «al ratón dexa y a la moxca atrapa», escribía ya Sebastián de Horozco en 1570, de ahí la anacrónica grafía. En general, así ha sido siempre, el pobre no tiene escapatoria ante la tela de araña que forman las leyes, ni siquiera el de alejarla en el tiempo mediante recursos y las numerosas tretas que los buenos abogados manejan con soltura. Los ricos sí tienen los mejores abogados y, si se da el caso, hasta sientan precedente como la doctrina Botín.
Nuestra democracia se ha hecho mayor a golpe de necesidad y ha ganado toneladas de credibilidad, aunque para ello haya tenido que condenar con pruebas y sin revanchismo al yerno y cuñado de rey.
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