No hay nada como llamar la atención pública y ganar unos titulares a partir de propuestas que, a simple vista, transcurren a caballo entre la utopía y una supuesta ilusión por convertirlas en realidad. Carecen, en todo caso, de mínimo recorrido como demuestra fielmente la hemeroteca.
En tiempos de José María Aznar, cuando al entonces presidente del Gobierno le dio por elegir la Isla como destino vacacional, sus correligionarios llegaron a plantear la construcción de una residencia en Menorca para altos mandatarios o adecuar alguno de los bienes existentes, como el Llatzaret, con ese objetivo.
Aquello fue un brindis al sol como otros muchos. Los más recientes han aparecido en las últimas semanas. Sin dudar de la buena intención de las formaciones políticas que los lanzan a la la calle, no apuntan lejos porque su fundamento es débil y muy cuestionable al establecer prioridades. Es el caso del proyecto del tren que ha desempolvado Proposta per les Illes (PI) en Es Castell, o esta misma semana, la propuesta de Més per Menorca para que el Palacio de Marivent se destine a residencia de estudiantes de las islas o a un centro para recuperación de enfermos.
Si no ha habido consenso para acordar algo tan fundamental como la reforma de la carretera general, paralizada durante dos años, resulta cuanto menos atrevido hablar de construir, de nuevo, una línea de tren que una los diferentes pueblos de la Isla. Duele pensar en lo que costaría concretar el qué, el cuánto, el cómo y el dónde de una obra con tamaña envergadura.
Otro tanto sucede con los nuevos usos para Marivent, dada la modificación sustancial que exigirían en ese enclave palmesano las ideas propuestas por los nacionalistas menorquines, a excepción del tiempo en que lo utiliza la familia real. Uno no acierta a imaginar una propuesta similar en el Palacio de Pedralbes de Barcelona, por ejemplo, o en cualquier otro parecido. Por proponer que no quede.