Durante este año, con motivo del 200 aniversario de su fallecimiento, Menorca dirigirá su mirada hacia un artista e intelectual de vida azarosa un hombre inteligente y sensible, que trabajó en Viena, estudió en Roma, que tras viajar hasta el Caribe, a los 28 años se estableció definitivamente en su isla natal: Pascual Calbó Caldés (Maó, 1752-1817).
Es el momento de recuperar y releer el estudio titulado «Pascual Calbó Caldés. Un pintor menorquín en la Europa ilustrada», que en 1987, hace treinta años, publicó la investigadora María Sintes de Olivar, hija del general menorquín Francisco Sintes Obrador, que fue director general de Archivos y Bibliotecas y consiguió importantes logros para nuestra isla.
La vida no fue amable para Pascual Calbó, con dificultades, insatisfacciones y momentos oscuros. La leyenda dice que Calbó, que destacó entre los alumnos de Chiesa, sufría un romántico mal de amores cuyo origen se remontaría a su estancia en Venecia, donde se habría enamorado de una hermosa dama de la nobleza -cuyo retrato llevaba siempre consigo- pero no se vio correspondido por la diferencia social. En junio de 1787, pregunta María Sintes: «Un artista culto, formado con la élite de Roma, mimado por su mecenas, nombrado dibujante de la Corte de Vivienda, ¿por qué estaba en La Habana quejándose de un destino adverso?». En 1790 regresa Calbó a Menorca, donde escribió tratados sobre álgebra, geometría, logaritmos, física, perspectiva, relojes de sol, y arquitectura civil, militar y construcción naval.
En 1812 quedó paralítico de ambos manos y tuvo que abandonar la pintura y la escritura. Falleció cinco años después. En 1866 fue nombrado Menorquín Ilustre. Hoy, 200 años después de su muerte, tenemos la oportunidad de desvelar la causa del infortunio del pintor ilustrado.
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