No me ha gustado nada el adjetivo que endilgaste a mi ego.
–¿ Quién habla?
–El ego sexista. Sexy es un adjetivo vulgar, suena a película porno. Nada más aburrido que una película porno.
–Sabes que en París no he visto nunca una película porno. ¿Cómo calificarías tú, tu ego?
–Erotómano, por ejemplo.
–Tienes mucha razón. Uno no está siempre fino: el escribidor tiene, por lo menos, una docena de egos a su cargo. Un lector menorquín, me ha reprochado hoy mismo que no mencionara el ego futbolero, que en España es, en millones de paisanos, no solo el más evocado sino el único convocado…
–También hubieras podido incluir el ego político. En este país, todo es política, fútbol y corrupción. Tus eróticos avatares interesan poco al respetable. Dales Camí de Cavalls y talaiots, María Camps, Maite Salord y Pedro J. Bosch…
–Ya lo sé: cuando regresé, mi ego literario no pudo contar sus aventuras parisinas : para mis amigos de Porrreres, todas eran inverosímiles, todas inventadas. Te pongo un ejemplo: una noche, al salir del cine con una amiguita, llovía a cántaros, y su madre insistió en que me quedara a dormir en su casa, aunque yo tenía mi habitación casi al lado. Que me quedara en su casa, en la habitación de su hija (16 años) y con ella… Para situarla socialmente, era de padres divorciados, la madre violinista de la Orquesta de la RTF y leía «Le Monde»…