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La madrugada del pasado domingo fue especial. Y por infinidad de factores. Así, a los españolitos, usualmente indisciplinados, les dio esa noche por ser fieles cumplidores de los mandatos gubernamentales y todos, salvo puntuales excepciones, se levantaron religiosamente a las tres en punto para cambiar la hora de sus relojes. España, vista desde el espacio, alumbraba, tras siglos de declive, nuevamente, con luz propia. Los dirigentes de Endesa, de hecho, no daban crédito a lo sucedido, mientras se frotaban las manos calculando colosales consumos eléctricos. Cuentan que hubo, incluso, borrachos que, cegados por las lucecitas que emanaban de las casas, se vieron ya en Nochevieja y comenzaron a entonar villancicos y a felicitar a los escasos transeúntes que deambulaban aún por las ciudades. En Catalunya, sin embargo, y por aquello del hecho diferencial, se decretó atrasar únicamente 57 minutos, lo que un buen amigo tuyo y magnífico periodista interpretó como algo lógico, por lo del tres por ciento (¡ya saben!). Algunos independentistas en la Catalunya insular oriental (léase Menorca) hicieron otro tanto, contribuyendo de esta manera, significativamente, al ya irrefrenable procés...

Esa noche registró igualmente una frenética actividad política. Podemos consultó a sus bases, vía referéndum express, sobre si debía atrasarse o no la hora. Y en esas están, todavía. En Ciudadanos se optó por una medida salomónica: los lunes, miércoles y viernes se seguiría con la hora antigua; los martes, jueves y sábados, con la moderna y los domingos... Pues eso: libertad de conciencia... El líder del PSOE, pero, permaneció ajeno al evento, ocupado, como estaba, en reeditar, por enésima vez, aquello del estado laico y su modernísima campaña en contra de la Iglesia Católica. En algunas formaciones se aconsejó el uso de varios relojes, para poder recoger las horas de los distintos paraísos fiscales existentes en el mundo mundial. Y los de la CUP se mostraron partidarios de prescindir de los citados relojes como inequívoca muestra de rechazo al capital y a todo lo establecido, sugiriendo la compra inmediata de pequeñitos artilugios de arena que fueran susceptibles, eso sí, de llevarse en la muñeca. Verlos andar hoy por la calle, pendientes de un incesante cambio arenoso resulta algo ciertamente pintoresco...

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Te cuentan, también, que un senador que no se había percatado de la mutación, llegó al Senado con una hora de adelanto, pero que no se sorprendió al ver vacía la Cámara. Así que, ni corto ni perezoso, decidió echarse una siesta. Al fin y al cabo, aquello era lo habitual... Algo parecido le ocurrió a un funcionario... Ya saben, a ese funcionario, funcionario, que, por no dar palo al agua, ha impregnado al gremio de injusta fama, por generalizada... Pues ese, ocioso entre los ociosos, se negó a modificar las agujas de su reloj. ¡Era una tarea tan ardua! Por eso, el lunes se incorporó sesenta minutos antes a su puesto de trabajo (en Barcelona habrían sido 55) y, consecuentemente, trabajó, por primera vez en su vida, una hora más. Al percatarse de lo sucedido sufrió, al parecer, un infarto, del que le cuesta recuperarse. No obstante, sus compañeros sustentan la tesis de que lo que pretende es, en realidad, prolongar su baja o, aún mejor, lograr una invalidez prematura y suculenta... Y por no hablar, ya, del consumo de agua. ¡Natural! Porque, quien más quien menos, aprovechó el cambio, para vaciar la vejiga...

No obstante, la normativa tuvo, para algunos, efectos relajantes. Así, hubo quien no acudió a la paella con los suegros y alegó luego que, «con eso del cambio horario, es que me he hecho un lío»... Y tampoco faltó el que, ya despiertas, las parejas se dieran un homenaje (¡ya me entienden!)... Sea como fuere, pocos olvidarán esa madrugada. Tampoco Álex de la Iglesia, porque lo narrado en su último film («Mi Gran Noche»), comparado con la acaecido el pasado domingo, la verdad, es una verdadera memez...