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Lo sé. Usted preferiría que no le dieran vacaciones. ¡No, no, en absoluto: lo suyo no es locura, sino cordura! Le entiendo. Le entendemos. Porque somos muchos los que sentimos lo mismo que usted. De hecho, ¡fíjese!, los divorcios arrecian en septiembre. Por tanto, algo han de tener de nocivo las mentadas vacaciones. Así que cálmese... Comparemos, para tranquilizarle, lo que le ocurre a usted en un día de trabajo con lo que le sucede en uno de asueto vacacional. Y verá que no hay color. Para simplificar las cosas utilizaremos las siglas J.L. (Jornada Laboral) y J.V. (Jornada Vacacional)...

J.L.: Puede alegar que llega tarde a la oficina y desayunar en el bar. El periódico, ahí, sabe distinto. Comenta los resultados futbolísticos, algún salido le enseña en su Iphone vídeos guarrillos, participa en algún chascarrillo y se marcha feliz al trabajo...

J.V.: Se ha quedado sin la excusa del «llego tarde». La suegra, que veranea en casa, está en la cocina y le mira con malos ojos. Su mujer emerge del pasillo con rulos y mascarilla facial verde. El café está frío y el gol de su equipo le importa un carajo a cuántos le rodean...

J.L.: En la oficina está ELLA. Y, aunque la sabe inaccesible, le agrada gozar de su sensual voz cuando le susurra al oído: «A las 9 reunión en la sala de juntas...»

J.V.: La mujer de los rulos le ordena quehaceres diversos: cortar el césped, ir a por el pan, recoger los trastos, meterlos en el coche... Y no con esa atractiva voz de ELLA, sino con esa otra, la suya, de cazalla y mala leche...

J.L.: A media mañana, un cafetito en la máquina con los colegas.... Aparece ELLA y, abducidos, cambiáis vuestros hábitos: Paco, el diabético, se toma un chute de azúcar; Pepe, el hipocondríaco, se toma tres americanos y no el descafeinado de turno y Ramoncín, el pulcro, se echa dos tazas sobre su nueva camisa de seda...

J.V.: Rodeados de oleosas barrigas, cercados por sombrillas y artilugios de todo tipo, te tomas el perrito caliente reseco que te ha preparado tu suegra. Tras dos intentos que te recuerdan el desembarco de Normandía, renuncias al objetivo de llegar al mar...

J.L.: Almuerzas en la cafetería de la esquina, tras unas cervezas que saben a gloria. Algún chiste subido de tono, las chanzas sobre la camisa manchada de Ramoncín, el finolis, las historias de ciencia ficción sobre las aventuras amorosas de Joselito, el bizco y... ¿Vendrá ELLA?

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J.V.: Tus hijas y tus hijos y tus yernos y tus nueras y tus nietos y nietas vienen hoy a comer... Un nieto tea mea encima. Tu hija menor te pide que le cambies los pañales a Paquito y tu cuñada –a la que odias- te recuerda con sadismo que el domingo toca barbacoa en su casa... Manolo, el menor, te pide seiscientos euros y Manolita te comunica que se ha hecho budista...

J.L.: Tras el almuerzo te echas una siesta en tu despacho. Ella (los sueños sueños son) emerge, de pronto, haciéndote sentir como 007 en la isla del doctor No...

J.V.: Sobremesa... ¿Es necesario entrar en detalles?

J.L.: Entre informe e informe bajas al bar y estableces conversación con Pablito, el camarero. Cotilleos. A tu jefe –te cuenta- lo van a cambiar de oficina... Movido por la pasión del momento le das un beso en la mejilla que deseas no sea mal interpretado.

J.V.: La de los rulos te reproduce, con nauseabunda fidelidad, las conversaciones habidas en la sobremesa. Lavas los platos y con un cazamariposas extraes de la piscina el zurullo de uno de tus nietecitos. Intentas dormir, pero camas y sofá han sido invadidos por parientes varios.

J.L.: Acaba la jornada. Quedas con los de la sección A. Os metéis en un pub donde ponéis a parir a vuestras parientas. Unas birras y un largo retorno al dulce hogar...

- ¡Cielín! –te grita la mujer con rulos-. ¡Hoy empiezan tus vacaciones! ¿No estás contentín? –insiste, malvada-.

Bien, lo dejo ahí... Sabemos perfectamente lo que le contestará usted... Y lo que le hubiera contestado si hubiera podido o se hubiera atrevido...