Se despertó muy temprano, aún no había luz. Su cabeza era como un globo lleno de agua. Jonás se sentía espeso, cansado, abrumado por todo, las pequeñas cosas ya no eran tan pequeñas, la rutina era un reto, lo cotidiano una tortura. La vida se le estaba poniendo tan cuesta arriba que estaba a punto, a puntito de tirar la toalla. Se quedó sentado en el borde de la cama, en esa frontera entre el sueño y la vigilia donde uno siempre duda entre tumbarse para dejar pasar la vida, o ponerse de pie para intentar vivirla.
Y aún estando tan lejos a Jonás le vinieron imágenes de su Gijón natal, de los paseos por el barrio de Cimadevilla hasta llegar al parque del Cerro de Santa Catalina, de los atardeceres en familia en la playa de San Lorenzo, o del chocolate caliente en el café de la calle Jovellanos, muy cerca del teatro. Cuando el presente no gusta, la mente corre de forma desbocada a rememorar estampas y situaciones de un pasado que tendemos a idealizar, no es poesía es sencillamente una estrategia de supervivencia.
Y en esa estrategia Jonás se encontró con el día de su décimo cumpleaños, cuando su madre entró en la habitación cantando el cumpleaños feliz. En una mano llevaba una pequeña tarta y debajo del otro brazo una caja envuelta en papel de regalo. Le entregó la caja y le hizo soplar las velas, para darle el beso más sonoro que Jonás recuerda. Se creó entre él y su madre ese estrecho vínculo de quien es el hijo único de una madre soltera. Nunca echo de menos una figura paterna, en eso rompía tópicos.
Y como el sol aún no despuntaba por la ventana de su habitación Jonás cerró de nuevo los ojos y alargo aquel recuerdo para revivirlo con intensidad. Arrancó con tal nerviosismo el papel de regalo, que de un codazo tiró la tarta de tres capas de galletas con toneladas de Nocilla encima de la cama, madre e hijo se quedaron mirando durante apenas un segundo antes de explotar en carcajadas y acabar en un largo abrazo de chocolate y galleta. En la caja estaba el telescopio con el que Jonás llevaba meses soñando.
Y me encantaría escribir que aquel telescopio marcó la vida de Jonás, que se aficionó a mirar las estrellas, que eso le llevo a estudiar Astronomía, que eso le llevo a vivir en la isla de La Palma para trabajar en el observatorio del Roque de los Muchachos, que eso le llevó a conocer el amor con el nombre de Yaiza, y que todo eso le llevó a la habitación en la que se encuentra ahora. Pero si lo hiciera mentiría, le habría construido a Jonás un futuro bastardo, en cuanto falso, en cuanto alejado del origen y de la naturaleza de su verdadera vida.
2 Porque Jonás está sentado en una cama con el colchón muy viejo. Porque lo que Jonás ve desde la ventana de su habitación son los tejados de las demás casas de la favela de Dona Marta en Rio de Janeiro. Porque Jonás está solo, se tuvo que ir de su Asturias natal, de su país, a buscarse la vida al otro lado del océano.
Lleva más de dos años sin volver a casa, más de dos años sin ver a su madre, mas de dos años trabajando en negro y siendo un sin papeles, más de dos años enviando lindas postales a Gijón para que su madre no sufra, aunque él sabe que a las madres no se las engaña, quiere creer que sí para mitigar dolor.
Jonás se acordó del abrazo de chocolate y… se puso en pie para ser de los que sienten la vida y no se tumban a verla pasar. Hoy no iba a ser el día de tirar la toalla, el sol ya toca Ipanema. Cualquier día cambiará su suerte, o la mala le pillará intentándolo.
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