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Hubo un tiempo en que algunos errores de los alumnos os hacían gracia. No era, sin embargo, hilaridad malsana. No existía menosprecio. Pero sí necesidad de corregirlos. El humor nacía de lo ingenioso de una respuesta, aunque ésta fuera absurda. Así, el sujeto (oracional) era «uno que estaba atado» y algunos se habían caído «porque llevaban los zapatos desacordados». Hubo, también, quien se congratuló por el feliz desenlace de una operación quirúrgica, en la que «al paciente se le había extirpado la Básilica del Pilar» (por vesícula biliar). Y no faltó quien creyó que «todo el monte era orgasmo» o que las «ventanas (podían estar) herméticamente abiertas» o... Entonces, el profesor le explicaba al muchacho que lo del sujeto era otra cosa y le impartía una clase de gramática que el escolar agradecía. A alguien se le tuvo que recordar, igualmente, que el verbo «desabrochar» existía y que, efectivamente, y ante las proporciones de la Basílica del Pilar, la operación había resultado, más que un éxito, milagrosa. En este caso concreto bromear no estaba de más. Tal vez por ello se le preguntara al muchacho si el cirujano se había acordado de extraer del paciente al sacristán y a alguna beatilla que andaba por ahí suelta… Y hubo, sí, quienes se quedaron alelados al saber que «orgasmo» y «orégano» no eran sinónimos, pero sí antónimos «abierto» y «hermético»… En «Google» (izado a los altares de una información sin bridas), un inadecuado manejo o algunos de sus contenidos pueden inducir asimismo al error. Sin embargo, en este caso, no existe, generalmente, quien asesore al usuario o le tosa al «buscador». Su palabra es ley, como lo fue antaño la escrita. Puede, pues, que, gracias a él, confundamos una sinopsis de una novela de Peter Harris («El mensajero del Apocalipsis») con la biografía de Newton o que pensemos que don Ramón del Valle-Inclán eran dos escritores distintos unidos por un nombre común o que… Trasladada la cuestión al terreno ético, esa herramienta, nuevo becerro de oro, puede tener, aún, efectos más devastadores… De aquí que tal vez urja un «enseñar a utilizar» ese infinito pozo de sabiduría para que todo su potencial educativo no tenga un pernicioso efecto bumerán. ¿Lo hará vuestro sistema educativo? La pregunta es retórica. Los muchachos tendrán, probablemente, portátiles en las aulas (esos que pueden salir en la foto como prueba de los desvelos del gobierno de turno), pero no una asignatura específica que les ayude a discernir entre lo riguroso y lo ridículo, entre lo ético y lo miserable, entre lo que sí y lo que no. Como nunca hubo una asignatura que os/les enseñara a estudiar… Como no hubo tampoco una materia encaminada a dotar a los adolescentes de sanos hábitos de vida (alimentación, autosuficiencia, economía doméstica, organización…). Como no hay, todavía, un espacio académico reservado al cine, el arte por excelencia del siglo XX… Como…

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Josep Bagur se preguntaba recientemente en un bellísimo artículo: «¿Estamos educando para alimentar ciudadanos cultos, amables, comprometidos, de mente abierta?» Y te quedaste, angustiado, con la copla. Será imposible si no instruimos a nuestros estudiantes en el debido uso de las nuevas tecnologías. De no hacerlo, difícilmente serán cultos porque creerán, gracias a San Google, que Newton fue una especie de Poirot del siglo XVII… Y serán difícilmente amables si pueden contemplar una decapitación o la paliza a un compañero de clase… O serán difícilmente comprometidos cuando el ser humano se les muestre como un mero elemento de placer sexual… Puede, sin embargo, que sí sean personas abiertas… Pero, a qué… ¿A todo, sin criterio previo adquirido? Y cierras con una pregunta que deseas amable: cuándo un adolescente visiona una ejecución o una vejación, ¿dónde están sus padres?